Andrés Hurtado


Envidiábamos de Juli, Perú, el hecho de estar rodeada por cuatro cerros, excepto por el frente, que da al Lago Titicaca, en el que precisamente tiene una hermosa playa que es admirada y visitada por turistas de Perú y de Bolivia. Hablamos de las ciudades colombianas que tienen la suerte de poseer un cerro tutelar en sus solares, entre ellas Manizales, Bogotá e Ipiales. A esta lista podemos añadir otras ciudades. El horizonte de Cali hacia el occidente lo ocupan los Farallones de Cali, convertidos en Parque Nacional Natural. Los picos cimeros son de muy hermosa estampa pues son filudos y parecen horadar el cielo. A estos Farallones los llamo "Las montañas de mi Juventud" y así las quiero. Las exploré largamente en la década de los sesenta y allí hice rescate de aviones estrellados.
No puedo olvidar la vez que un oso frontino llegó al amanecer a la cueva que ocupábamos y que era la suya y debimos salir corriendo abandonando valioso equipo de montaña. El animal estaba furioso y ya se sabe que con facilidad y fuerza impresionantes mata a una vaca o a un hombre. Los Farallones tienen varias entradas y son montañas de gran biodiversidad especialmente en aves.
Popayán, "la ciudad que guarda los restos del Quijote", posee su propio cerro, muy a menudo empenachado de vapores. La distancia de Popayán al volcán Puracé es prácticamente la misma que separa a Manizales del Nevado del Ruiz. El volcán tiene bien señalado un caminito que lleva hasta la cumbre y no tiene pérdida. Sin embargo nadie entiende cómo en la montaña se han perdido excursionistas y han encontrado la muerte congelados. Y repito, no entiendo cómo se pierden.
En la parte alta y arenosa cada dos o tres metros hay figuras pintadas en las piedra y marcan el camino; son de color blanco, muy visibles aún con mal tiempo.
También al sur del país otra ciudad goza de su cerro tutelar y es San Juan de Pasto. El volcán Galeras, con sus 4.200 metros sobre el nivel del mar, es un volcán modesto en altura pero terrible cuando explota. Hizo erupciones en 1936 y los terremotos que las acompañaron destruyeron a Túquerres y a otros pueblos vecinos. Hace unos años fue declarado el volcán de la década por la erupción que hizo y que mató a varios científicos extranjeros que lo estaban estudiando metidos entre el cráter externo y el interno. Lo conozco muy bien pues lo he subido muchas veces, he dormido en sus fauces y hace tres años estando en el borde del cráter externo presenciamos tres erupciones a escasos 100 metros de distancia. Por suerte nada desagradable nos ocurrió. Desagradable quiere decir simplemente: la muerte. Otra ciudad notable por sus cerros es Medellín, que se encuentra metido en el fondo de una olla. La carretera que de Bucaramanga conduce a Cúcuta es una impresionante falda de mucho desnivel, no más al salir de la Ciudad Bonita. Y por último quiero citar a Santa Marta cuya montaña tutelar, lleva su nombre, la Sierra Nevada de Santa Marta, "la Nevada" como la llaman los indios kogis, arhuacos y cancuamos que viven en sus laderas.
Pero volvamos a Juli, el objeto de nuestra visita. Lo llaman "La Pequeña Roma de América" porque posee cuatro iglesias monumentales, realmente desproporcionadas para la pequeñez del pueblo. Los primeros misioneros que llegaron fueron los dominicos, muy en los albores de la Conquista, en 1539 y fueron ellos los que construyeron la iglesia de San Juan de Letrán, homónima de la famosísima de Roma, una de las iglesias "matrices" de la Iglesia Católica, si así se la puede llamar, en la Ciudad Eterna.
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