Luis F. Molina


La semana pasada poco o nada se escuchó de la península de Crimea en Ucrania —o Rusia—. De repente la atención de los volátiles medios de comunicación se enraizó en el avión desaparecido en el golfo de Tailandia, justo cuando el punto de quiebre se avecinaba en este enclave social ucraniano. Y así ocurrió. Se tejió un referendo que únicamente creó diferendos.
Ahora Crimea es libre, bajo el patrocinio desestabilizador de Rusia, quienes, como otros tantos, hablando de libertad y a su nombre cometen cuantos abusos les son posibles. Pero lo delicado no es eso: Crimea está obsesionada en entrar a una nación que aún no se levanta del siglo pasado y donde se escuchan voces en contra de su misma anexión.
Si la ‘Madre’ Rusia no acepta sin restricciones a la península dentro de su aparato sociopolítico, habrá realizado la más absurda canallada a un pueblo en lo que va de milenio. Y las posibilidades son claras… Putin posiblemente no dé todo lo que dice por los tártaros ni los habitantes de Crimea, pues su necesidad se enfoca únicamente en una nueva salida geopolítica que pone bien parada a Rusia en la región.
La revista Foreign Policy tituló lo ocurrido en Crimea como el ‘Teatro de los absurdo’. Bien puede ser ésta la titulación correcta a otra fiesta orquestada por Putin, quien ya anota este año dos engaños al mundo: las olimpiadas de invierno en Sochi y la súbita invasión a territorios legítimamente conformados como ucranianos.
Aunque esta crónica se basa en la riqueza teatral de la península, su fuerza comparativa deja entrever que las grandes mayorías que se vieron el domingo pasado tras el referendo en el que supuestamente se aprobaba la anexión a Rusia, no eran tan parecidas como los medios de comunicación rusos los hicieron notar.
Putin se echó, además, una nueva carga a cuestas. Debe propender porque estos territorios se mantengan en la tensa calma y delicada paz por la que atraviesan actualmente. No obstante, todos conocemos las grandes cualidades del presidente ruso para reprimir justas y básicas manifestaciones.
Otro aspecto al que se enfrenta Crimea y también Rusia son los aislamientos económicos. China no vetó la propuesta de EE.UU. y algunas naciones de la Unión Europea la semana pasada en el Consejo de Seguridad de la ONU. Naturalmente lo hizo Rusia, pero con la carga de saber que se mantiene sola en el orbe. Ya es sabido que ni Estados Unidos, ni muchas naciones occidentales reconocerán la nueva soberanía de Crimea, sin que esto signifique un paso libre de Putin.
Aunque Rusia es un gran exportador de gas natural y puede amenazar con cortar el suministro de éste a media Europa, su poder no es tan avasallador y no le permitirá tener la sartén por el mango por mucho tiempo. En términos simples, el aislamiento podría significar más sacrificio que beneficio a Putin, pues Crimea no ofrece vastos recursos que no tenga Rusia en su extenso territorio.
Potencialmente la historia de Georgia en el 2008 se repite con un éxito fácil para Vladimir Putin. La comunidad internacional tuvo que ver en silencio cómo Putin manejó todos sus tiempos correctamente para llevarse un pedazo más de territorio a su favor.
No faltarán, tampoco, los que culpen a Obama por lo que ocurrió y denominen este episodio como una derrota internacional para el mandatario estadounidense. En realidad el trabajo de Putin fue tan claro para jugar ‘Risk’ con auxilios ajenos que nadie lo notó y él ganó la partida. Quedará ver qué planea Putin con Crimea, pues sus habitantes en la más desastrosa ansiedad prefirieron cambiar al malo conocido por el bueno por conocer, sin saber qué tan piadoso pueda ser.
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