Luis F. Gómez


La negociación política del conflicto armado está ganando posicionamiento no solo político, sino ético en el país. Las marchas del 9 de abril así lo manifestaron. El proceso de paz resulta indiscutiblemente fortalecido. La resolución del conflicto armado colombiano tiene que pasar por la negociación. La opción guerrerista no tuvo eco, afortunadamente.
La marcha no fue un mazacote como dicen algunos analistas, sino fue una muestra de la pluralidad y diversidad del país. Era bien interesante encontrarse con campesinos, etnias, trabajadores, estudiantes de distintos lugares del país marchando por un sueño común: entregarle a los hijos un país en paz. Eso sí, cada uno coloca en el tema de la paz, su paz, una concepción bastante particular, para algunos es el lío de La Habana, para otros todas unas reformas sociales y económicas, para otros una cuestión de tipo ideológico. Tuve la oportunidad de vivir la marcha en Bogotá, y fue palmario que el país es un territorio de regiones; la gran diversidad que allí se vivió invita a que se piense el país de otra manera. Fue también un hermoso ejercicio de ciudadanía, y de refrescante baño de participación democrática. En efecto, esta clase de manifestaciones públicas son un ejercicio que fortalece la responsabilidad social de nuestro pueblo y de las nuevas generaciones. A la gente hay que implicarla más y más en los procesos socio-políticos. Ello le dará al país una democracia vital y no formal. Eso sí se sacudirán las cadenas del clientelismo y de otras limitaciones de la participación política.
A la marcha hay que darle su valor político, que parte de lo simbólico y pasa por lo numérico. Simbólico haberla hecho un 9 de abril, fecha en que recordamos el asesinato de ese gran líder popular Jorge Eliécer Gaitán. Simbólico que hayan participado personas venidas de tan distintos lugares. Simbólico el arbolito sembrado por Santos y Petro. Numérico también, porque fueron muchas personas, no obstante la gran propaganda negativa de los enemigos de la negociación política de la paz y de los contrincantes del presidente Santos que consideraron que era una marcha de tipo reeleccionista. Sin lugar a dudas estamos entrando en un nuevo período para la paz.
No todo fue feliz. Las acusaciones del ministro de Defensa sobre la infiltración de la Marcha Patriótica por dineros de la guerrilla obtenidos gracias al narcotráfico y otras vías criminales, puntea la fragilidad de nuestras expresiones democráticas. Pero para ser sincero, prefiero una guerrilla patrocinando marchas que una poniendo cilindros y minas antipersonales. Hay que ser muy realistas que estamos en un proceso de cambio en el país, y en esos procesos democráticos hay transiciones que a veces no son las más deseadas, pero son las posibles.
La búsqueda de la paz puede colocar a muchas personas disímiles a marchar y eso es cierto, a veces con intereses de mediano plazo y largo plazo muy distintos, pero hay una identidad. La paz como un presupuesto fundamental para la construcción de la nueva Colombia.
Éticamente la negociación política se enfrenta a la posición guerrerista que, dicho sea de paso, resulta insostenible tanto para un cristiano como para un demócrata. Éticamente, la negociación es la opción del diálogo, de la construcción de consenso colectivo propia de los seres racionales.
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