Luis F. Gómez


"Bienaventurados los que trabajan por la paz…" (Mateo 5,9), así tituló el presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, monseñor Rubén Isaza, el comunicado de los obispos con motivo del anuncio de los diálogos de paz. Y esto va muy en serio para los católicos, trabajar por la paz es una profunda opción espiritual, de coherencia con nuestras opciones religiosas, y de responsabilidad social. Un católico no puede estar del lado de la guerra, un católico hoy, en Colombia, está llamado a ser un humilde y disponible obrero de la paz.
Trabajar por la paz nos hace bienaventurados, trabajar por la paz nos hace amigos de la obra de Dios en la historia, trabajar por la paz nos hace copartícipes de la reconstrucción de nuestros lazos sociales. Por ello, el mejor servicio que podemos prestar los católicos a nuestra sociedad es apoyar decididamente el proceso de paz. Y la mejor manera es propiciando un ambiente profundo y sereno para la reconciliación y el perdón. Esta es la mejor tarea que puede cumplir la Iglesia que ya no es negociadora por parte del Gobierno, como sí lo fue en otras oportunidades en mesas de diálogo durante procesos de paz anteriores. Si bien esta ausencia se ha leído como una pérdida de influjo y posicionamiento de la Iglesia Católica en la vida pública del país, o la consecuencia de la desconfianza que generó en la guerrilla la participación muy activa de miembros importantes de la Iglesia en el proceso llevado en Ralito con los paramilitares. Sin embargo, esta situación puede ser el principio de una participación más global y generalizada de los católicos en el proceso. Hoy todos, desde el lugar donde nos encontremos, tenemos la gran responsabilidad de ambientar la paz. Y todos los católicos debemos orar muy intensamente por esta necesidad del país. Así lo recuerda el presidente de la Conferencia Episcopal.
El trabajo de la Iglesia Católica y de otras iglesias que han sido muy sensibles al tema de la paz, como la menonita, están llamadas a servir de facilitadores. Y la presencia de la Iglesia hasta en los más recónditos lugares del país, implica un potencial bien interesante y efectivo para incidir en un ambiente propicio para la negociación política. Y en este tema toda la Iglesia debe empeñarse. No hacerlo sería muy lamentable y un acto histórico de ceguera. Igualmente, la Iglesia cuenta con prelados y sacerdotes con una alta valía personal y capacidad de interlocución con todos los actores del diálogo, y ello, les permite ser facilitadores y garantes del proceso.
En muchos de los procesos de paz en el mundo han existido algunos personajes que con un perfil muy bajo, discreto y hasta secreto, han ayudado para que las partes en negociación puedan llegar a acuerdos. Son ellos operarios humildes de la paz, que en un proceso de esta naturaleza ayudan a mantener la dinámica y el escenario de la paz negociada. En efecto, no obstante tantos equilibrios inestables, los procesos salieron adelante y fue gracias a muchos anónimos esfuerzos de personajes que desde la sombra ayudaron a que las partes se levantaran solo cuando había un acuerdo. Este papel lo pueden jugar muy seriamente muchas religiones.
Así, pues, dejemos que la Iglesia sin ser negociadora, sí sea una excelente mediadora y facilitadora.
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