Jorge Raad


Un artículo relacionado con la enseñanza de la historia en Colombia, publicado en la revista Semana, ubica de nuevo el tema en los análisis de la educación. El documento repite lo que conocen la sociedad, los profesores, los estudiantes y las autoridades educativas: Una ignorancia inaudita sobre lo que ha sucedido en el país a través de los tiempos. El hecho es un indicador actualizado de los conocimientos adquiridos por los jóvenes. Sin mencionar la perdurabilidad de ellos.
Los niños de hoy tienen destrezas y habilidades superlativas, envidiables, no así la formación -salvo casos especiales-. No hay comparación con las que escasamente tuvieron quienes hoy son cuarentones, pero fueron formados con calidad.
La discusión se centra en un dilema: Entre lo que debe ser y la realidad. Más fácil no puede plantearse una polémica en un aspecto de la competencia educativa y más propiamente formativa, porque definitivamente la historia, como la totalidad de lo que concierne formalmente a la educación, tiene que ir más allá de un simple relato cronológico de hechos que acontecieron hace determinado número de años, meses o quizá días.
Una cosa es la memoria sobre un acontecimiento escueto y otra muy diferente son los razonamientos de las diferentes facetas del acontecimiento con sus respectivas conclusiones. La historia es lo que fue y lo que no fue, con los respectivos complementos imprescindibles que incluyen desde el porqué, el cómo, los actores de cualquier clase, además el entorno cercano y lejano, con los correspondientes resultados inmediatos y tardíos. De esto saben los historiadores y no los relatores, que son otra especie.
¿Para qué la historia? El ser humano tiene la necesidad de conocer lo que sucede actualmente consigo mismo y con los demás y, por supuesto, la relación entre todos. Para entender totalmente los comportamientos debe tenerse un referente histórico, el cual se hace valioso en la medida en que trata de profundizar sobre la actualidad y no quedarse en lo superficial, a veces atractivo pero liviano, para la capacidad de pensar de la persona.
La historia ha sido enseñada de diferentes maneras y con diversos intereses. Los narradores pueden ser neutros, los historiadores, no. La tradición oral se repite una y otra vez, las imágenes se reciclan, lo mismo sucede con los libros y sus ediciones, sin la más mínima reflexión. La historia es investigación, con hipótesis, no ficción.
Que los nariñenses no sepan qué pasó en Berruecos; que los colombianos no tengan idea del real significado de San Mateo o no identifiquen la personalidad, intenciones y acciones reales de Pablo Morillo o ignoren el motivo de la lealtad entre el mariscal Antonio José de Sucre y el Libertador Simón Bolívar o no conozcan el perfil político de Rufino J Cuervo o ignoren el verdadero papel de Francisco de Paula Santander; que los caldenses no tengan idea de lo que hizo el Mariscal Jorge Robledo y la lista es larga y compleja, todo lo anterior debe producir en los formadores una mínima meditación. Los colombianos tienen la obligación, y más si son profesionales, porque también la deficiencia en los conocimientos históricos de los universitarios es crítica, de conocer el papel que los personajes y actos, desempeñaron en la vida nacional y cómo impactan o impactarán en la situación del país.
¿Para qué sirven 13 años de escolaridad? ¿Cuáles son los frutos? ¿Para el resultado son necesarios tantos años? El país tiene el suficiente número de doctores en educación, unos excelentes, y está repleto de teóricos en educación. ¿Dónde están los creadores de la necesaria nueva educación y los formadores de calidad elevada?
Regresando a la historia. Los datos escuetos los pueden conseguir en cualquier computadora. ¿Pero quién conduce a la introspección sobre los hechos? ¿Con qué criterio pueden y deben leer a Víctor Paz Otero, Mauricio Vargas o Pablo Victoria, para ubicar tres ejemplos recientes?
Nota: Un Hospital Universitario no es un problema exclusivo de un rector pero sí debe ser un líder en el tema.
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