Jorge Raad


Han cambiado mucho los programas de los estudios preuniversitarios desde las décadas de los años cincuenta y sesenta. Lentamente se ha ido transformando el plan de cada año que los estudiantes deben transitar académicamente hasta lograr las metas. Es lógico que la modernidad implique que haya nuevos logros y existan estrategias para alcanzarlos. Hay que estar seguros de la formación según los modernos métodos pedagógicos.
Afortunadamente, no se debe volver a las prácticas que directivos y maestros imponían a sus estudiantes, y tampoco es menester regresar a la diferenciación absurda entre la escuela pública y la enseñanza privada delegada por el gobierno. Las familias hacían esfuerzos para que sus hijos estudiaran, pero las cuestiones económicas y otros factores que es mejor olvidar, diferenciaban lo público de lo privado. Los programas se cumplían en todos.
Con el tiempo se definió de manera absurda que el idioma francés, tal vez sí o tal vez no. El latín tenía que desaparecer, error tremendo al haberle quitado a la lengua nativa el sustento de la matriz clásica. Hubo otros cambios, fundamentalmente supresiones, pero el más trágico e inverosímil de todos fue la eliminación de las lecciones de la historia de Colombia desde la conquista hasta la época actual.
Se preguntaron: ¿Para qué la historia de Colombia? Las respuestas vinieron desde muchos ángulos: Unos técnicos y otros folclóricos. Algunos confundieron los textos y los profesores existentes, que no eran de aceptación amplia por los sesgos evidentes en sus párrafos y en sus enseñanzas con la esencia y necesidad de la temática. Otros consideraron atrevidamente que un bachiller de la época de poco le servía el conocimiento de la historia. Otros más creían que había otros momentos para aprender sobre las crónicas de la construcción del país. Y por último, existieron otros a quienes, inclusive gobernantes en todas las escalas, no les importaba nada, si había o no era intrascendente.
Hay que decir que la historia de Colombia no importa para un natural de Australia que vive allá, porque no se puede decir lo mismo de Ecuador, Brasil, Venezuela, Panamá o España, y esta apreciación funciona en doble vía y quizá haya que extender el concepto a otros territorios de América.
Puede que un estudiante universitario que acaba de iniciar su carrera no conozca nada del benemérito Benito Juárez o Abraham Lincoln, como tampoco de José de San Martín o de José Martí o de Bernardo O´Higgins. Pero parece imposible que no sepa nada, ni dos palabras de: Francisco de Miranda Rodríguez, Juan José Francisco de Sámano y Uribarri de Rebollar y Mazorra, Pablo Morillo y Morillo, Jorge Robledo, Nicolás de Federmán, José Acevedo y Gómez, Antonia Santos Plata, Gabriel París Gordillo, Benjamín Herrera Cortés, Alfonso López Pumarejo, Páramo de Pisba, Berruecos, Jorge Eliécer Gaitán Ayala, Miguel Antonio Caro, Rufino José Cuervo Urisarri, Antonio José de Sucre y Alcalá, la batalla de La Esponsión y la lista es tan grande que es penoso repetirla por el dolor que causa la ignorancia de la nacionalidad.
En plan de discusión, si se aceptara que en los estudios antes de la educación superior, sea ésta profesional o exclusivamente técnica, no existiera el tema de Historia de Colombia, de acuerdo a los sabios y expertos en temas educativos, no es admisible que una persona con título universitario o técnico no tenga bases del conocimiento de la construcción y desarrollo de la República.
No es cuestión de ser opcional, debe ser obligatoria porque contribuye fundamentalmente a la formación integral de los profesionales del país.
Ahora bien, historia no es una simple lista de nombres y hechos. Es el análisis de las gestas o de los fracasos, contextualizados en la época y trasladados al presente para interpretar el impacto a través del tiempo, de los acontecimientos y de los hombres que las propiciaron.
Nota: Las relaciones entre la Universidad y el Hospital no pueden estar sometidas al sistema de ensayo-error.
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