Jorge Raad


La Habana, la tradicional ciudad cuyo nombre es derivado de Habaguanex, primer asentamiento bajo dominación indígena, tiene casi 500 años de haber sido fundada como San Cristóbal de La Habana. Desde cuando el 28 de octubre de 1492 llegó Cristóbal Colón a la isla de Cuba hasta la fecha, grandes sucesos han impactado al mundo y a América. Palabras y significados como Habanera, de Georges Bizet y otros compositores como Claude Debussy, o Maurice Ravel, o Manuel de Falla; Carlos J Finlay; revolución; dictaduras; sones; crisis; ron; salud pública; educación; Guantánamo; biotecnología; turismo; Operación Carlota; Fidel Castro Ruz y Matancera, han identificado la zona que constituye una parte importante de América Central.
Los colombianos desde hace meses se enteran superficialmente, y por partes, de lo que sucede en La Habana con motivo de los diálogos entre una comisión designada por el gobierno al frente de la cual está el caldense Humberto de la Calle Lombana y del otro lado comandantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Farc. Las ideas, conversaciones y decisiones están encauzadas a detener el enfrentamiento entre el Estado y los insurgentes cuyas actividades han llegado más allá de la simple confrontación ideológica apoyada por las armas.
Ninguna de las vidas humanas perdidas podrá recuperarse, pero otras acciones podrán devolverles a los colombianos dignidad, seguridad, esperanza y bienes. Sin embargo pocos, muy pocos, expresan acerca de lo que están dispuestos a ceder para avanzar a la segunda fase para obtener la paz.
Más aún, muchos explicitan lo que no están dispuestos a ceder frente a los alzados en armas de hoy que actúan bajo la etiqueta de Farc y luego Eln. El gobierno ha prometido, y así se ha legislado, que lo concertado en La Habana deberá ser refrendado por los ciudadanos. Una buena decisión que involucra a todos y todos tendrán derecho, -y obligación-, a decir que sí, o no, o en blanco, total o parcialmente, de acuerdo a como se someta el tema a la consulta cuyos resultados serán de obligatorio cumplimiento.
Para unos, la paz a todo trance. De ahí en adelante vienen las cortapisas que deberán ser evaluadas en profundidad, jamás bajo la lupa folclórica de la inmediatez o de la negación absoluta.
El país ha estado en mora durante 60 años tiempo en el cual el Estado ha debido cambiar de rumbo para prohijar a mayor número de colombianos bajo unos mínimos de vida tolerables. Pero los gobiernos, a pesar de los esfuerzos de algunos y los emblemas fracasados de otros, no fueron capaces de lograr una Colombia distinta y la mayoría de los ciudadanos optaron por ausentarse del problema central y de las soluciones reales.
La paz será un logro que requerirá más voluntad de solución que los planteamientos, en buena hora, realizados en La Habana. La educación; la nutrición y otros temas de salud; la violencia intrafamiliar, vergonzosa e insondable; la violencia e inseguridad civil en general; el desempleo y una extensa lista de problemas cotidianos y generales tienen que merecer esfuerzos sin límites del Estado, gobierno, legisladores y colombianos.
El narcotráfico es una bestia de mil cabezas que necesita de más y mejores planteamientos para su erradicación.
Hay que esperar tranquilamente los resultados de La Habana, donde los bocones y los entrometidos sin causa no tienen lugar. Hace unos meses la esperanza era mayoritaria, ahora se ha disminuido y algunos de antes y más de ahora hacen gestos mohínos cuando oyen y leen palabras, u observan imágenes, sobre los parlamentos decisorios de la capital cubana. Aún así: ni la guerra, ni la venganza, ni la dictadura son la solución. Está probado.
Finalmente: es un clamor, cueste lo que cueste, que la decisión de los colombianos no puede estar unida a ninguna elección política del año entrante. Confundir al ciudadano para valerse de su decisión autónoma en este tema es una agresión a la libertad de conciencia.
Nota: ¿Para qué insistir sobre el Hospital Universitario con un entorno de desinteresados, sordos e indecisos?
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