Jorge Raad


No es la profesión médica la más importante del país, o de cualquier región del planeta. Sin embargo, nadie puede negar que sea cardinal y merecer consideraciones especiales. Todas las profesiones tienen importancia en la medida en que las personas se sirven de la temática y se apoyan en quienes la practican. Lo que sí es trascendental para todos los pueblos es la medicina, no siempre ejercida por médicos, independientemente de las modalidades que dominan las diferentes partes de los continentes.
En general hay tendencia a confundir medicina con médico, y aunque aparentemente son sinónimos, hay una distancia entre la ciencia y el arte con quien la practica. La medicina es absolutamente neutra frente a los seres humanos, pero quien la ejerce no puede aislarse de la sociedad que lo alberga, lo necesita, lo evalúa y lo compensa por su labor.
La sociedad no tiene, en términos generales, injerencia sobre la medicina, aunque indirectamente las sociedades tienen relaciones con la investigación básica, clínica, quirúrgica o tecnológica; las destrezas y habilidades de quienes ejercen la medicina y sobre los resultados de los cuales son parte activa cada uno de los pacientes y personas cuando son objeto de la prevención de la enfermedad o la promoción de la salud. Finalmente, los humanos aceptan o rechazan la medicina y ello en ocasiones es indivisible de la persona encargada de actuar como médico.
La enseñanza de la medicina es un tema polémico en un país como Colombia, en donde todo puede suceder de la noche para el día. La educación, y a veces la no deseada omnipresente y exclusiva instrucción médica, debe dar paso irreversible a la formación médica, la cual tiene importantes escuelas en el país.
Los contenidos de los programas de medicina evidencian en varias universidades el fenómeno de las colchas de retazos, que permiten agregar y suprimir créditos sin un hilo conductor preestablecido y favorecer cruces absurdos, en detrimento de la seriedad que debe tener la formación médica, en seguimiento de una liberalidad poco entendida y en varias ocasiones violentada.
Cuando se dictó la primera clase en la Facultad de Medicina de la Universidad de Caldas, en 1952, existían 6 diferentes universidades con estudios médicos: la Universidad Nacional de Colombia y la Javeriana en Bogotá, la de Cartagena, la de Antioquia, la del Cauca y la del Valle. Ahora hay 57 programas diferentes, no Escuelas, esto es de otro tenor en la concepción y en el alcance.
En el artículo del Maestro Fernando Sánchez Torres, actual Presidente de la Academia Nacional de Medicina y antiguo decano de medicina y rector de la Universidad Nacional con toda su autoridad, publicado el sábado pasado en El Tiempo con motivo del Foro sobre Educación Médica prohijado por la Academia el pasado 28 de junio, hace varios planteamientos que deben tener en cuenta las sociedades y quienes dirigen los 57 programas de formación de médicos, porque lamentablemente no todos son Escuelas.
No debe asustar el número de médicos, lo que debe preocupar, y mucho, es la calidad con la que se gradúan para ejercer medicina, esta es la encrucijada que se debe resolver a favor de la sociedad colombiana. Los colombianos se merecen los mejores médicos bajo todas las consideraciones posibles y tienen que recibir la mejor medicina.
La enseñanza de la medicina no puede estar al desgaire bajo la dirección de no médicos. Si son médicos, deben tener antecedentes de formación excelsa; de ejercicio idóneo de la profesión; de docencia reconocida; con bases de conceptos de educación; de investigadores y de escritores de textos. Los teóricos deben quedar a la vera. Los directivos deben exhibir capacidad para entender, desarrollar, mantener y proyectar una Escuela Médica.
La certificación de una Escuela es deseable, porque le asegura a la sociedad que los requisitos mínimos se cumplen, por ello se deben ajustar las normas a ser obligatorias y no simplemente de voluntad universitaria.
Nota: ¿Y los centros de práctica universitarios, existirá calidad sin ellos?
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