Cristóbal Trujillo Ramírez


Es común, por estos días, escuchar el clamor desesperado de los maestros frente a la indiferencia, la dejadez, la pereza y la desmotivación de los estudiantes: "yo les traigo películas, les pongo talleres, les dicto charlas de reflexión, en fin ya no sé qué hacer, porque ellos están por nada"; ese clamor hace parte de las expresiones que se escuchan en las escuelas y en los sitios de tertulia de los profesores; a estas voces se les suman otras expresiones como: "estos muchachos de hoy no son la sombra de los estudiantes del pasado, se ha perdido el respeto, la disciplina, la exigencia, el orden y la voluntad". Al respecto, permítanme manifestar que las añoranzas presentes con relación a los comportamientos del pasado han sido históricas y podríamos afirmar que siempre se consideran mejores a los jóvenes de ayer frente a los de hoy; prueba de ello, es la afirmación de Sócrates, que parece tan actual como las quejas de los docentes de hoy: "Los jóvenes de hoy aman el lujo, tienen manías y desprecian la autoridad. Responden a sus padres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros". No obstante esta realidad, es necesario advertir que la educación tiene dos elementos esenciales que la hacen muy difícil y complican de manera significativa la salud de las escuelas de hoy, me refiero al impacto negativo que ha tenido la crisis de la unidad familiar y a los altos niveles de desmotivación de los estudiantes; ahora, me voy a referir solo al segundo aspecto, con la seguridad de que en mi próximo artículo hablaremos del primero.
Ciertamente, los maestros tenemos hoy una tarea muy compleja, la de manejar el aspecto motivacional de los estudiantes en condiciones bien complicadas, hogares destruidos, chicos afectados por severas problemáticas psicosociales, mínimas posibilidades de acceso a la educación superior, bajísimas tasas de inserción laboral, es decir, motivarlos ¿a qué y por qué? Por ello, reconozco las difíciles condiciones de trabajo para los maestros, además, porque en ese marco tan adverso, debemos entregar resultados. A la vez, deseo plantear algunas reflexiones que espero sirvan para que los estudiantes aviven su esperanza, aumenten su voluntad y, finalmente, asuman frente a la escuela un compromiso más decidido de responsabilidad y trabajo.
Jóvenes: La escuela para nosotros es un escenario de triunfos, la escuela es un laboratorio para construir el éxito. ¡Yo mismo soy un milagro de la escuela!... Es frecuente escuchar las reflexiones de personas exitosas, que se preguntan ¿qué hubiese sido de mi vida sin la educación? Si aquellos que nacieron en cunas doradas tienen en la educación la posibilidad de perpetuar sus beneficios, nosotros, los que nacimos en humildes lechos tenemos en la escuela la única posibilidad de hacer de nuestra vida un proyecto exitoso; tener educación no es condición suficiente para llegar al éxito, pero no tenerla, sí es estar demasiado lejos y hacerlo inalcanzable. Yo invito a todos los estudiantes a declararse en contra de la mediocridad y de la permisividad; estamos ante un sistema educativo permeado por bajísimos niveles de exigencia, ante unas instituciones educativas que se la han jugado por la línea del menor esfuerzo para evitarse dificultades, ante familias que tampoco implementan la autoridad y la exigencia como fundamento de sus relaciones; pero además, los profesores que éticamente le apuestan a la exigencia, a la disciplina, al orden y al rigor académico son señalados de crueles e inhumanos; necesitamos estudiantes que acepten la exigencia, que exijan el rigor académico, que le apuesten al orden y a la disciplina; estudiantes convencidos de que el único camino, la única ruta hacia la excelencia es la exigencia, no hay otra vía; la contemplación, la permisividad y el menor esfuerzo, son rutas de la autopista del fracaso; la exigencia entonces, debe convertirse en una condición de vida; cuando uno se vuelve exigente con uno mismo, no le incomoda la exigencia de los demás; quien me exige me ama; la exigencia debe convertirse en una manifestación de amor y de verdad; por eso, les digo a mis profes: exigencia con amor, con respeto a la condición humana, con total sujeción a los cánones de la dignidad humana, acariciemos sus corazones, pero comprometamos sus cerebros e inteligencias.
Dejo entonces, ahí, esta reflexión, y espero que llegue hasta el aula de clase, donde profesores de ética, democracia, filosofía y ciencias políticas, especialmente, abran este debate que me parece apunta sobre aspectos neurálgicos de la escuela de hoy.
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