Luis F. Molina


Luis F. Molina
En Twitter: @luisfmolina
Es algo atemporal. No es necesario esperar que el calendario marque un día para recordar un drama olvidado por el mundo. A continuación, unos datos para resumir los pesares que agobian al continente africano: En el mundo hay unas 69 millones de personas contagiadas de sida. De ellas, casi 24 millones viven en África, en la pobreza absoluta.
Un segundo dato preocupante es que el 91 % de los niños portadores de VIH en el mundo son africanos. Hace dos años, 71 % de las muertes causadas por este síndrome de inmunodeficiencia eran de origen africano.
Todavía muchos se preguntan por qué África no progresa económicamente como el resto del mundo cree que debe hacerlo. La corrupción es el primer blanco donde caen las críticas. Sin embargo, la ignorancia que existe en referencia al sida en África es el eslabón que no permite conocer a ciencia cierta la realidad social de este continente, lleno de desigualdades y violencia.
Quienes siguen pegados a la realidad de hace siglos prefieren luchar en contra de la naturaleza humana y por ello optan por no apoyar mecanismos que ayuden a reducir el creciente problema sanitario en África. Las condiciones en las que están los hospitales de la mayoría de naciones africanas son lamentables y el poco dinero que reciben se va en las manos de corruptos. Una historia bastante familiar para muchos.
Por ello, la ignorancia será siempre la enfermedad del humano. Su capacidad para evadir la realidad es algo que contiene términos indescriptibles. Lo que ocurre en África es una muestra fiel del desconocimiento de la desgracia ajena y de las imposibilidades reales para brindarles a nuevas generaciones una calidad de vida óptima o, por lo menos, mejor.
En algunos países africanos la expectativa de vida no sobrepasa los 49 años. Muchos africanos no pueden trabajar por su enfermedad o su condición social, por lo que sus oportunidades laborales son limitadas y el crecimiento económico se convierte en una fijación imposible.
África fue un cruento campo de batalla de la Segunda Guerra Mundial. Significó la apertura de caminos ente oriente y occidente y, sin embargo, solamente vio la riqueza pasar por sus frentes. Las dictaduras y los gobiernos autoritarios frenaron y reprimieron el sentir de millones de africanos. El sur del Sahara pasó a ser símbolo de una humanidad devastada, que tenía que abandonar cualquier dignidad porque la vida se tornó un acto de supervivencia. Son siniestros los casos de inhumanidad que están sin contar todavía.
La cadena es amplia y aterradora. Los niños no pueden ir a estudiar. La educación no es sostenible para ciertas naciones porque la deserción tiene altísimos números. Algunas adolescentes de ven forzadas a la prostitución para poder obtener algo de comida y sobrevivir.
Recientemente en Sudáfrica se dio a conocer una campaña política y social en la cual ponen en la palestra pública a individuos con mejor capacidad económica, entre los 40 y 50 años de edad que usan a jóvenes adolescentes para tener sexo y luego abandonarlas. Esto, según la campaña, confluye en embarazos adolescentes y la propagación del sida. A estos individuos se les conoce como “sugar daddies” y es normal verlos en países industrializados.
No hay que ser experto ni mago para entender este creciente problema. Los africanos necesitan menos misioneros con desgastados discursos cuando urgen de personas capacitadas que estén dispuestos a guiarles en casos de salubridad pública. La educación debe ser la base para cambiar una destruida pirámide social que inhibe el crecimiento y la explotación de las vastas riquezas africanas.
Posiblemente, la historia de Latinoamérica se repita en África. Un país industrializado desembarcará como salvador social cuando sus intenciones reposan en explotar la riqueza nacional. Se la llevarán y dejarán al local en la entera ruina. A África hay que prestarle atención porque sus problemas ciertamente son más delicados que bancos mimados y otras cuentas burocráticas.
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