Guillermo O. Sierra


Decía hace poco, mejor, repetía (y lo seguiré reiterando) que la educación es un acto de reconocimiento por la diferencia y la diversidad que nos señalan que no hay absolutos en la vida humana; y que, en consecuencia, el asumirnos en constante cambio y transformación nos permite avizorar las infinitas posibilidades de imaginar mundos cada vez más distintos y alternativos. Tal incertidumbre (porque de eso se trata la vida, hoy más que nunca) que se manifiesta en el lenguaje, nos posibilita como docentes permanecer en constante interpretación y relectura de nuestras acciones. Es en la fuerza de la palabra en donde emerge la posibilidad de ser Otro, de ser diferente, de estar para los Otros; en suma, de vernos como responsabilidad.
Reconocer nuestra vulnerabilidad y nuestra provisionalidad como seres humanos, nos obliga a repensarnos, a enriquecernos y a actualizarnos como docentes. Este hecho, nos impele a continuar trabajando por una educación para la mayoría de edad y para el fortalecimiento y consolidación de la autonomía. Una educación, como lo repetía Kant, que nos facilite soñar una esperanza de formar ciudadanos justos, responsables y generosos. Una educación que busque consolidarse como un motor móvil que facilite la recuperación de la fuerza vinculante de quienes nos dedicamos a ejercer este noble oficio como actores sociales que contribuimos con la construcción de una sociedad más razonable, es decir, más justa, equitativa, solidaria, incluyente, responsable, hospitalaria…
El ejercicio docente cumple, finalmente, una función que activa la memoria colectiva, potenciando, para el efecto, la palabra y valorando sustantivamente los saberes y experticias de los profesores y profesoras, en la medida en que éstos se vuelven testimonios fehacientes de las diferencias y la diversidad. Por eso, el mandato político y moral que emana de la sociedad tiene que ver fundamentalmente con ser formadores de ciudadanos honestos y que hagan parte de la transformación y preservación del patrimonio social, científico y cultural de la región y del país.
He sostenido, desde que decidí ser profesor, que la educación debe motivar la construcción de un pensamiento que invite y provoque en los estudiantes -y en nosotros como profesores y profesoras, claro- la búsqueda permanente de la resolución de los conflictos a través de la palabra, de la conversación. Kant, decía que lo peor que tenía la guerra es que finalmente produce más personas malas que aquellas que elimina.
El pasado miércoles 15 de mayo, celebramos en Colombia el Día del profesor y la profesora. Me parece, apenas justo que tal celebración sea un pretexto por reconocer que la educación tiene como eje central al ser humano, además como el fin de todas las acciones pedagógicas y didácticas. En este sentido, la educación, mejor, el ejercicio de la docencia no es otra cosa que el respeto por la dignidad de cada Ser, que debe considerar siempre el buen trato, la promoción del bien estar, el estímulo a la confianza, la recuperación de la equidad y la lealtad a la moral pública y a la protección del medio ambiente.
Lo ha dicho de manera insistente Martha Nussbaum en su texto Las fronteras de la justicia: "La educación debería concebirse no solo como una mera aportación de útiles habilidades técnicas, sino también, y en un sentido más central, como un enriquecimiento general de la persona a través de la información, la reflexión crítica y la imaginación".
Y esto precisamente es lo que me parece debemos reflexionar constantemente: ser docente es mucho más que brindar conocimientos y potenciar habilidades y competencias útiles; se trata de posibilitar-se (a los otros y a él mismo) el crecimiento y la dignificación como Ser humano, a través de los ejercicios cognoscitivos, pedagógicos, así como el aprovechamiento de las comprensiones de los contextos, de las nuevas tecnologías, y de las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad.
Creo que así, contribuimos en la formación de generaciones de estudiantes honestos, generosos, seguros de sí mismos. Se trata de que como profesoras y profesores aportemos con la construcción de una sociedad razonable.
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