Guillermo O. Sierra


Ya sabemos que por estos días se realiza en nuestra siempre bien amada Cartagena de Indias, la VI Cumbre de las Américas, en la que se dan cita no solo los mandatarios de los países del continente, sino también los empresarios quienes son en últimas los que tienen con qué. Hay una intención -bien sana, por supuesto- de que quienes gobiernan estos países -pobres, casi todos- unan sus voluntades políticas para que luchen de manera conjunta contra la miseria, el terrorismo y los males que aquejan al planeta.
Tienen, obviamente una inmensa responsabilidad, no solo ahora que se encuentran de nuevo, todos juntos, sino desde el momento en que sus ciudadanos los nombraron; ya era hora de que cayeran en la cuenta, "todos a una", de que (lo dije en mi última columna) la "premisa neoliberal les ha fijado a los ciudadanos un horizonte en el que se han proscrito los ideales de igualdad, justicia, honestidad, solidaridad". Así no se construye una América con oportunidades para todos, sin excepción.
Y como no ejerzo de manera profesional la política, sino que fundamentalmente soy académico, quiero situarme en el vasto mundo de la ciencia y la tecnología; por eso, quiero decir dos o tres cosas que me parecen relevantes (ojalá las escucharan allá en La Heroica). Es cierto que debemos reconocer los impresionantes avances que, en el último siglo, se han materializado en medicina, en las más vastas tecnologías, en la literatura y, en general, en los esfuerzos por mejorar las condiciones de paz entre las naciones y sus pueblos. Esto se ve reflejado, por ejemplo, en la larga lista de hombres y mujeres a quienes se les ha otorgado el Premio Nobel. A ellos y a ellas, que casi siempre hacen un trabajo arduo, incansable y silencioso (por fortuna, alejado de los medios de comunicación) les debemos buena parte del bien estar y de las ventajas que hoy disfrutamos. Por eso, nos conviene, desde la academia, seguir estimulando la pasión por el estudio, la producción intelectual, la curiosidad y la investigación. Me parece que a la academia le corresponde en buena parte, cimentar el futuro de la humanidad y la preservación de la cultura.
Pero, ¡cuidado con pertenecer a la sociedad del mutuo elogio!; que este amor que sentimos por nuestros premios nobeles, no nos deje ciegos. Por eso, es parte de nuestra responsabilidad decir en voz alta, que estos saberes, ciencias y tecnologías también nos han brindado sufrimientos innombrables, así como infinitas desgracias. Tan solo pensemos en lo siguiente: de los poco más de 770 premios Nobel, por lo menos 276 les han correspondido a ciudadanos de los EE.UU., 96 a los del Reino Unido, 76 a alemanes, a los franceses 50, a los rusos 22, y a los japoneses 11. Para decirlo con otras palabras: los países desarrollados que más premios Nobel han recibido, son justamente los que más guerras, violencias, miseria y muertes han provocado en las últimas 10 décadas; son los países que más armas bélicas han creado y comercializado.
Pensemos, además, en los nobeles de economía que se vienen otorgando desde 1969. De los casi 65 premios Nobel, por lo menos el 65% son para economistas de los EE.UU., y un 15% para los del Reino Unido. Lo que uno ve, no es otra cosa que un privilegio por la economía neoclásica (Escuela de Chicago), justamente el modelo económico perverso que ha estimulado y fomentado la miseria y la pobreza en los países en vías de desarrollo, como el nuestro. Y para completar el panorama, se produce un silencio sepulcral y cómplice de los hombres de ciencia que terminan trabajando y satisfaciendo las grandes compañías multinacionales, volteando la cabeza para otro lado, para no ver las inmensas necesidades de millares de seres humanos que se hunden y mueren en la miseria. Estos hombres de ciencia, con sus experticias y saberes, están lejos de ser neutrales; han tomado partido a favor de sus obesos mecenas.
Cuando oigo que mandatarios, hombres de negocios y científicos se reúnen en grandes cumbres para decir que una cosa es la ciencia y otra muy distinta es lo que se hace con ella, lo que escucho realmente es un cínico lavado de conciencias, así las tranquilizan. ¿Dormirán tranquilos?
Ojalá, estos mandatarios tan nuestros y estos empresarios tan suyos (de ellos, no de nosotros los ciudadanos) caigan en la cuenta de que construir el desarrollo para hacer una América con igualdades para todos, requiere no solo de voluntad política, sino también de estimular y respetar la autonomía de la ciencia, así como la de sus hombres y mujeres, quienes, a su vez, deben aprender a estar del lado de la vida. Así, yo hablaría de una Cumbre de las Américas responsable.
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