Jorge Raad


Ya se presentía, durante las semanas anteriores, la abrumadora abstención electoral del domingo anterior con motivo de la elección del nuevo gobernador de Caldas. Muchos cálculos se aproximaron a la cifra del 71% que final y lamentablemente se obtuvo. Esta es la más alta que se ha tenido en los últimos años en el departamento y es un fenómeno que los analistas políticos deberán explicar mediante diferentes hipótesis y comprobaciones.
Los datos de la abstención de los años electorales anteriores muestran un promedio de un 47,5% y ahora sube 23,5 puntos adicionales, lo que constituye un determinante muy importante. Desde los mismos candidatos, pasando por quienes los respaldaron, teniendo en cuenta el anterior gobierno y los cinco gobernadores anteriores, los mecanismos para convencer al electorado, el problema agrario, hasta la importancia del acto para 28 meses de gobierno, merecen consideraciones para un futuro.
Hay otras razones, abiertas o encubiertas, que gravitan sobre la abstención y que fueron más intensas el domingo anterior que deben ser incluidas en los respectivos análisis, sin ofrecer sesgos.
Es indudable que esta ausencia en la participación en las decisiones democráticas es un hecho real que debe ser combatido por quienes lideran la política caldense, y entre la comunidad deben existir conceptos nítidos, compromisos y evidencias de lo que significa participación, en bien de todos, que les permitan mediante ilustración y atractivos políticos, no de otro tipo, hacer uso del derecho de sufragar y la obligación moral de expresar su criterio ante los distintos enunciados programáticos y las diferentes posibilidades de tener gobernantes de distintos talantes.
Las dictaduras que tanto se aborrecen y combaten imponen sus mayorías sin mecanismos de participación ciudadana, esto es en la práctica lo que sucede con la abstención que se convierte en una autosupresión de su poder de decidir. Decidir no es ganar a ultranza, es aportar su libre consideración y decisión. Pero puede suceder, y ese es un peligro latente, que la sociedad se haya acostumbrado a prebendas electorales, demostrando doble moral, cuando grita y gesticula en contra de la compra de votos, pero silenciosamente espera su compensación.
Evidentemente los electores, incluidos todos los caldenses, tienen derecho a participar de los ofrecimientos, de cualquier clase, del Estado a través de los gobiernos, como un derecho y no como una limosna ni como una retribución. Lo que se impone es la calidad, la probidad y la equidad.
Las cifras para los politólogos y para los estudiosos de los demás temas, están a su alcance para extraer sus propias conclusiones. Lo sucedido el domingo anterior es un hecho que requiere que cada caldense revise sus posiciones frente a la misma sociedad, sus conceptos e intereses políticos, lo de verdad, y su contribución a un Caldas cada vez mejor, lo cual no será obra de unos cuantos, ni en escasos años.
Ahora bien, aunque aparentemente la cifra de votos en blanco es alta, disminuyó en comparación con los resultados de los años 2011, 1994, 2007, 2003 y 1997, (en orden decreciente), y su ocurrencia no puede confundirse con una determinada tendencia, porque la decisión de esta acción es circunstancial de acuerdo a los hechos, y es el derecho de cada elector a estar en desacuerdo con lo que se le plantea y no encontrar motivos para escoger otra alternativa electoral.
Los votos nulos y los tarjetones no marcados sumaron 12.946, la cifra más baja en las 7 últimas elecciones -desde 1994-, mientras en 2011 fue la más alta, con 60.440 tarjetones nulos. Quizá hubo un poco más de instrucción, y quienes marcaban inapropiadamente las tarjetas hacen ahora parte de la abstención.
Fin de un episodio que no debió acontecer en Caldas. El daño hecho es irreparable en el corto plazo, pero es el principio de la solución.
Nota: La Ciudad Universitaria necesita un Hospital Universitario.
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