Andrés Hurtado


¡Vaya nombrecitos los de Islandia!, "decíamos ayer". El remordimiento, nos dijo el guía, que se llevan los que visitan a Islandia es no poder recordar los nombres. En parte tienen razón. El guía se llama Julio Hjorleifesson, un hombre culto y que en los trayectos nos cantaba con espléndida voz canciones tradicionales de Islandia, canciones de arrulladora melodía. Solo al final del viaje y porque una compañera vio en una tienda de souvenirs un DVD en cuya carátula estaba la foto de Julio, un Julio joven, nos dimos cuenta de que es un gran cantante en su país. Su modestia lo engrandece.
Sigamos dando algunas generalidades del país antes de iniciar el recorrido de la Ring Road, que es la carretera que da la vuelta total a la isla.
El punto más alto de Islandia se encuentra exactamente a la altura de Manizales y es la montaña llamada Hyannadalshnúkur que alcanza 2.119 metros sobre el nivel del mar. Este nombre como tantos otros de cosas y personas de Islandia, desafía la memoria. El glaciar de la montaña se llama Oraefajökull. Las vocales a y e del diptongo, en este caso deben ir pegadas, circunstancia que no puedo reproducir en el computador en que escribo. Algunos lectores avisados se habrán dado ya cuenta de que la palabra jökull significa glaciar en islandés.
Es de sobra sabido que Islandia es la tierra de los volcanes y de los glaciares. Y de bellísimas cascadas. La isla realmente está viva y en su interior la furia de los volcanes vive presta a manifestarse. El archipiélago más importante que tiene Islandia, ubicado al sudeste, se llama Vestmannaeyjar. ¡Otro nombrecito! Surgió del fondo del mar hace apenas 10.000 años y su islote principal es Heimaey; la ciudad de la isla fue destruida por la erupción del volcán Eldfell que durante cuatro meses estuvo vomitando lava y ceniza, el año 1974. Los habitantes se salvaron refugiándose en un extremo de la isla. Reconstruyeron la ciudad y hoy recibe muchos visitantes. Lo escribo ahora y creo que lo repetiré: la tenacidad de los islandeses es admirable, admirable fuera de toda ponderación. Los volcanes periódicamente destruyen vastos sectores de su país y una etapa de su historia, de tremendos sufrimientos, larguísima etapa, se llama precisamente "La era de las penalidades". A 18 kilómetros de Heimaey surgió otra isla desde el fondo del mar y se llama Sursey. Ello ocurrió hace poco, en 1963, y la isla tardó unos meses en adquirir la configuración actual.
Entre los innumerables volcanes de Islandia el más activo y destructor es el Hekla, o "Monje encapuchado". Es de imaginarse el miedo de los islandeses, pues en el siglo XX explotó con pasmosa periodicidad cada 10 años. Y así lo hizo en 1970, 1980, 1981, 1991 y 2000. Desde entonces no se ha manifestado, pero su furia pende como una espada de Damocles sobre la población. Nos decía la gente, que vive con el "pálpito" pues ya va siendo la hora de otra erupción, que ojalá no ocurra. Más adelante citaremos al monje San Brendan que navegó en el siglo VI la isla y habla de "una montaña flamígera de Ultima Thule", visible desde el océano. En ese tiempo Ultima Thule era el nombre que daban a esas remotísimas tierras que hoy llamamos Islandia. El Hekla nunca ha dejado de mostrar su ferocidad. En los primeros años del siglo IX casi destruye todo el sur de la isla. En los años 1300 y 1301 sus erupciones crearon la leyenda que se extendió por toda Europa de que era la boca del mismísimo infierno.
No puedo continuar mi relato sin nombrar unos estupendos compañeros catalanes que tuve en el viaje: los esposos Josep i Teresa y la madre e hija: María Angels i Nuria.
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