Daniel Gómez Gaviria


Hace una semana la Friedrich-Ebert-Stiftung en Colombia (FESCOL) y Las 2 Orillas convocaron al tercero de sus debates preelectorales entre candidatos al Congreso para discutir sobre el tema de la inversión extranjera directa (IED) y desarrollo. Estuvieron representados el Polo Democrático Alternativo, Cambio Radical, la Alianza Verde y el Partido Conservador presentando todo el espectro de posiciones sobre el tema. Felicito a los organizadores por la escogencia del tema que debe ser tema de campaña en las presidenciales y de los programas económicos de los diferentes candidatos.
La IED ha crecido en todo el mundo con los flujos hacia Latinoamérica y hacia Colombia aumentando su participación en el total. En 2011, la región recibió 153.991 millones de dólares de inversión extranjera directa (IED), 28% más que en 2010, llegando a una participación de 10% del total mundial. La IED en Colombia, acumulada a 21 de diciembre de 2012, fue 1,7 veces superior a la registrada en el mismo período en 2010. Los principales inversionistas son los Países Bajos, Estados Unidos, España y Japón. ¿Por qué ha aumentado tanto la IED? ¿Cuál ha sido el impacto? ¿Cómo podemos usar esta inversión en beneficio del desarrollo del país?
El aumento de la IED es reflejo de nuestro éxito. Nuestro éxito macroeconómico con finanzas públicas sanas, inflación controlada, cuentas externas sanas, apertura económica y menor riesgo país. Es reflejo de nuestro éxito en crear un marco legal que permita hacer planes de largo plazo confiando en poder tener un retorno futuro a esa inversión bajo reglas del juego claras. También es producto de factores tecnológicos e internacionales que han potenciado el atractivo del país: el aumento en los precios de recursos naturales relativamente abundantes en Colombia, en particular minero-energéticos, reducción en costos de transacción y de transporte que han propiciado procesos de tercerización, offshoring y outsourcing, y desintegración global en cadenas de producción.
La IED hasta ahora ha replicado, más o menos, la estructura actual de la economía colombiana concentrándose en sectores primarios y en particular de extracción. El discurso en contra (y también a favor) de la IED por lo tanto se ha limitado a casos mediáticos en la explotación de carbón y petróleo con sus respectivos retos ambientales y sociales. Sin embargo, ya más del 20% de la IED va a otros sectores, más del doble de lo registrado en 2010. La IED y en general la actividad de multinacionales, tiene el potencial de ayudar a desarrollar sectores intensivos en capital que requieren grandes inversiones, como el de las telecomunicaciones. Tiene la potencial de generar transferencia de tecnología y de saber-hacer. Puede ser generador de empleo además de introducir una sana dosis de competencia en sectores anteriormente protegidos y con poder de mercado.
El reto de Colombia en el siguiente cuatrenio es trascender este modelo básico de IED y aprovechar el auge de flujos de capital para impulsar políticas de desarrollo productivo, cambio estructural y diseñar estrategias de sostenibilidad social y ambiental de la inversión con el fin de apalancar procesos de desarrollo regionales. La IED debe ser una pieza integral de la estrategia para insertarnos en cadenas globales de valor y de esta manera aprovechar las oportunidades comerciales que se han abierto gracias a los TLC. Algunas de estas dinámicas se darán naturalmente en la medida en la que los precios de los commodities cedan y otros sectores se vuelvan más atractivos. IED en áreas de innovación y tecnología y en apuestas productivas regionales pueden ayudar a generar dinámicas interesantes de creación de nuevos productos agroindustriales, manufactureros y de servicios. El proceso de entrada a la OCDE y el cumplimiento de sus Líneas Directrices para las Empresa Multinacionales, puede ayudar a catalizar esfuerzos por lograr una IED que contribuya al desarrollo de capacidades locales, valor agregado y empleo.
Las ventajas naturales del país, junto con el entorno regulatorio y macro favorable van a seguir atrayendo inversión internacional e incentivando la inversión nacional. Una agenda de política de competitividad que maximice los beneficios de este interés y minimice los posibles impactos negativos es posible y debe ser parte de la agenda económica. La era de la satanización y caricaturización del inversionista y de la actividad de multinacionales debe quedar atrás y dar paso a una nueva era de internacionalización y desarrollo.
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