Alejandro Samper


Si Nicolás Maduro, presidente interino de Venezuela, fuera un político práctico, convocaría a elecciones inmediatamente. Escuché en las noticias que la cola para ver el cadáver de Hugo Chávez Frías alcanzaba los 7 kilómetros, y que ya eran 2 millones de personas las que habían pasado por la Academia Militar para ver al presidente de Venezuela en su féretro. Por qué no aprovechar esto, repartir tarjetones en las filas, abrirle una hendija a la urna y que mientras se despiden del comandante metan el sufragio.
No hay mejor momento que el funeral de Hugo Chávez para convocar elecciones. 30 presidentes y mandatarios de Estado se encuentran reunidos allí, los suficientes como para avalar las calaveradas que hicieron en estos últimos cuatro meses para perpetuar el chavismo en el poder, como lo fue cambiar la constitución y manipular a los tribunales en favor de Maduro.
Al menos, creo, eso haría Chávez si viviera y estuviera en la posición de Nicolás Maduro. Porque el tipo era así, frondio, y amenizaría el funeral electoral cantando "el muerto al hoyo y el vivo al baile". Por eso fue el ídolo popular que fue. Por eso lo tendrán siete días más en cámara ardiente.
Chávez, más que un presidente, fue un fenómeno mediático. Su programa Aló, Presidente y sus extensos discursos eran puestas en escena para alimentar su ego. Sus decisiones -expropiar bancos, nacionalizar empresas, regalar petróleo, incrementar el salario mínimo en un 32%, hacerse amigo de los enemigos de los Estados Unidos- obedecían más a golpes de opinión que a políticas estatales. Montó un complejo aparato burocrático donde los asistentes tenían asistentes y estos también tenían sus asistentes. En sus 14 años de gobierno los funcionarios públicos en Venezuela pasaron de 1,3 millones a ser 2,5 millones. Ya quisieran nuestros congresistas tener ese poder.
Su imagen (positiva) debía estar en todos los medios pues era orden de Estado, y quien cuestionara su obrar era censurado o cerrado. Así le pasó a RCTV y a otros cinco canales, y unas 33 emisoras.
Pero no está bien hablar mal de los muertos. Chávez era un tipo simpático y ocurrente. Era el bufón en todos esos encuentros latinoamericanos de presidentes. Nos hizo reír con sus bravuconadas que lo hacían ver como esas caricaturas del típico dictador de las repúblicas bananeras.
Maduro no es Chávez. No tiene su carisma y miente mal. Desde que asumió como presidente se enreda con sus propios cuentos y el pueblo no le cree; le obedece porque el comandante le pidió que lo siguieran, pero no le cree. El martes pasado, cuando anunció la muerte de Chávez, horas antes había dicho que lo había visitado en el hospital y lo había visto bien. Que estaba caminando y haciendo ejercicio. Cómo alguien con una insuficiencia respiratoria puede ejercitarse, no lo sé.
Tampoco sé cómo alguien que muere de un infarto fulminante, como asegura el jefe de la Guardia Presidencial, José Ornella, que falleció el presidente venezolano, pudo balbucear "Yo no quiero morir. Por favor, no me dejen morir", antes de estirar la pata. Si fue así, no fue tan fulminante.
Y las mentiras que rodean la muerte de este personaje siguen, a pesar de que medios como el periódico ABC de España todos los días revela una inconsistencia más (la más reciente, la del ataúd vacío que pasearon por las calles de Caracas). Mentiras alimentadas por Nicolás Maduro y su corte, pero que ese país, en duelo, parece no captar.
Hugo Chávez no fue "un redentor y un protector en Cristo de los pobres del mundo", como dijo Maduro ayer. Tampoco el gran líder de la revolución latinoamericana de la que hablan la presidenta de Argentina Cristina Fernández o el mandatario boliviano Evo Morales, dos naciones que dependen del crudo que la empresa estatal venezolana Petrocaribe les regala. No existe tal revolución. Es un espejismo que montó el finado, que era un tipo con una billetera gorda que, por decirlo de alguna manera, compraba amor.
Maduro tendrá que gastar mucho más para comprarse el cariño de los venezolanos y el de los aliados del ALCA y otros países que maman de la teta petrolera bolivariana. Él lo sabe. Por eso explotará la imagen de Chávez en su beneficio. Por eso lo embalsamará y lo meterá en una urna de cristal como a Lenin, y seguramente lo paseará por toda Venezuela como lo hicieron con el cadáver de Evita Perón en Argentina.
Por eso creo que Nicolás Maduro, si de verdad quiere gobernar ese país, debería aprovechar este momento para realizar las elecciones. Así se evita el bochornoso desfile de la momia de Chávez e invierte ese tiempo viendo la serie Lie to me, a ver si aprende a decir mentiras. Como todo buen político debe saber hacerlo.
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