Alejandro Samper


Luego del escándalo que se armó por la abominable reforma a la Justicia, esa que pretendía blindar a los congresistas de ser investigados por la Corte Suprema y que aumentaba el período de los magistrados de ocho a doce años, el presidente de la República Juan Manuel Santos le pidió el jueves pasado a los colombianos que era hora de "dejar la tormenta atrás" y "retomar el rumbo del país". También, con total cinismo, le agradeció al Congreso el que hundieran este documento, uno al que el gobierno le había dado el visto bueno hace una semana y un día después condenó.
Es una solicitud hipócrita e insultante contra los colombianos, esta de querer echarle tierra al asunto. Y tratarán de hacernos olvidarlo con otro escándalo que ocupe los titulares las próximas semanas; un nuevo testigo en el caso Colmenares, una prostituta involucrada con algún personaje público. Como deber ciudadano, esto que pasó en el Congreso no se puede olvidar y se lo debemos cobrar a estos políticos de pacotilla.
Dio vergüenza ver al exministro de Justicia Juan Carlos Esguerra decirle a los congresistas que habían echo "una buena reforma", felicitarlos por pícaros e irresponsables -como el presidente de la Cámara Simón Gaviria que admitió haber leído "por encima" la reforma que votó de manera positiva-, para al día siguiente sacarse el pie de la boca y, en un acto de dignidad (tal vez el único que se ha visto), aceptar su error y renunciar al cargo.
Da vergüenza ver cómo se lavan las manos Santos y los congresistas que votaron a favor de la reforma; a los conciliadores y a los secretarios de la Cámara y Senado. Indigna escuchar al presidente del Senado Juan Manuel Corzo culpar al gobierno, al secretario del Senado Emilio Otero hacer de víctima y fingir que él no tiene nada que ver con las irregularidades y favorecimientos que suceden en ese recinto. Nadie quiere aceptar su responsabilidad en esos ‘micos’ que hubieran mandado al traste las cerca de mil 300 investigaciones contra altos funcionarios. Estos "padres de la Patria" parieron una reforma bastarda.
No podemos olvidar esto. Tampoco que ellos legislan para subirse el sueldo, para pagarse primas técnicas y bonificaciones millonarias cuando trabajan tres días a la semana y no laboran el año completo. No podemos olvidar que un informe de organismos de las Naciones Unidas, y expuesto por el senador Iván Cepeda (que votó en contra de la reforma) hace poco, indica que "actualmente el Congreso de Colombia sigue infectado de parapolítica. El 13% de la representación en la Cámara y el 29% en el Senado tienen estrechos vínculos con organizaciones paramilitares". Una encuesta de Datexco realizada esta semana y presentada por La W, indica que el 80% de los colombianos no cree en el Congreso.
No es la violencia o el narcotráfico o la guerrilla la que daña la confianza inversionista o las oportunidades de que Colombia crezca. Es esta desigualdad y la calidad de personas que elegimos para administrar el país. Son indignos de estar en el cargo en el que están.
Sobran las evidencias de que estos personajes defienden sus intereses personales, basta con ver nuestra política local. En este periódico, por ejemplo, cuando mencionan a algún miembro de la asamblea o el concejo hablan de "línea sierrista" (por el senador conservador Luis Emilio Sierra, que votó a favor de la reforma), o "línea zuluaguista" (por el senador del partido de La U Jaime Alonso Zuluaga que no votó), o "línea lizcanista" (por Mauricio Lizcano, quien no votó porque consideró que estaba "éticamente impedido"; pero él es "impedido" en eso y en muchas otras cosas), o -para colmo de males- "línea yepista", que no cansado con lo que hizo en su tiempo como senador, Ómar Yepes todavía quita, y pone, y ordena, y manda, y...
Qué más se puede decir de los perversos que son la mayoría de nuestros representantes. Por eso es atroz esa petición de Santos de "dejar la tormenta atrás" y recuperar, porque es permitir que continúe el pillaje de estas instituciones y que sigan los mismos en las mismas. Este es el momento de sacudir el sistema y ejercer presión para que haya de verdad un cambio; al menos pedir que renuncien a sus curules. Hay que hacerlo al menos por la poca dignidad que nos queda.
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