Luis F. Gómez


Mucho se habla sobre las fragilidades éticas de la sociedad actual. Nos rasgamos las vestiduras frente a muchas situaciones que evidencian una pérdida de valores y, aún más, que atentan contra los valores. Pues bien, una de las mayores responsabilidades como sociedad es que los valores que compartimos como grupo social seamos capaces de transmitirlos a las nuevas generaciones, la tradición en el campo de los valores es básica, y no se puede interrumpir. Para ello, enseñar y generar experiencias con el fin de hacer sentir indignación y vivir la compasión es fundamental. En efecto, sin la capacidad de levantarse contra las injusticias que nos rodean, o sin la fuerza que genera la compasión para sentir el sufrimiento de los demás, no podremos construir una sociedad equitativa y solidaria, léase una sociedad sostenible.
Carecer de la capacidad de sentir indignación frente a las injusticias hace que las sociedades perpetúen las brechas que las dividen al interior, la que hace que haya algunos "favorecidos" frente a otros que no tienen posibilidades. La democracia participativa tiene su fuerza en que la indignación sea un sentimiento vigente en la sociedad. Y este sentimiento es totalmente formable, hay que despertar ante todo un espíritu crítico que deje ver rápidamente y tras los velos que generalmente se colocan para camuflar las injusticias. Y este sentido crítico nos hace movilizarnos, pues no se trata de hacer un diagnóstico, por ejemplo, de la pobreza, sino que una vez teniendo ese dato, haya tal inconformidad en la persona que la mueva a transformar esa realidad injusta. Y ello solo se hace si en el medio formativo se dan condiciones para que florezcan y se fortalezcan.
De otra parte, está el sentimiento de compasión, que nos debe animar a ser solidarios con el dolor y sufrimiento humanos. El dolor de la humanidad lo debemos sentir como propio, aunque esté enconado en otros, la posibilidad de dejarse tocar por ese sufrimiento haciéndonos vulnerables ante el dolor. Una de las recomendaciones de un maestro espiritual a todos quienes lo consultaban era: "tengan amigos entre los excluidos, para que sientan en carne próxima el dolor". Una sociedad con vasos comunicantes entre todos ayuda firmemente para sentir más fácil y más profundamente la compasión.
Son la indignación y la compasión dos sentimientos capitales para el fortalecimiento ético de nuestra sociedad que son muy trabajables en la escuela y la familia. Allí deben existir las condiciones de posibilidad para que los niños, niñas y jóvenes puedan experimentar el dolor ajeno y sentir la indignación, que nos hace expresar: "esto no puede ser así, ¡es posible que sea de otra manera!".
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