Alejandro Samper


"Los héroes de verdad son mejores si corren al revés". Con esta frase el columnista Juan Esteban Constaín terminó su más reciente columna de El Tiempo (Ni Sherlock Holmes, 8 de agosto de 2012), y comienzo la mía.
Él escribió de Dorando Pietri, un héroe olímpico que en 1908, y tras correr los 40 kilómetros de la antigua maratón, entró al estadio de White City en Londres y corrió en sentido contrario de la pista atlética; lo ayudaron a recobrar el rumbo a empujones hasta cruzar la meta de primero, pero lo descalificaron por recibir ayuda. Ganó otro que no pasó a la historia como lo hizo el italiano Pietri, pero no corrió al revés.
Porque puede que los que ganen escriban la historia, pero no todos los que ganan pasan a la historia.
Murió Chavela Vargas y ella no pasará a la historia por haber hecho una carrera perfecta, sino por todas sus imperfecciones. Por haber naufragado en un océano de tequila y luego refugiarse en una isla Tepoztlán desde donde, y con una voz imperfecta y distante de esas consolas modernas que retocan a los desafinados, nos cantó sobre lloronas y mundos raros, porque las penas con ella sonaban mejor.
Por haber amado a Frida Kahlo y a Ava Gardner (así hubiera sido por una noche); y por haberle robado una novia a Agustín Lara. Por llevar un revólver al cinto sobre el escenario, por chocar autos deportivos y por ver un eclipse desde un paracaídas. Por chamana y por humana. Puede que otros más afinados, más elegantes y menos promiscuos hayan ganado Grammys y millones de dólares, pero no pasarán a la historia como Chavela Vargas, la rebelde.
Murió Jairo Varela, otro que corrió al revés, porque ¿a quién se le ocurre montar un grupo de niches en Bogotá? Hizo de Cali la sucursal del cielo, y fue el gobernador de la salsa en el Valle del Cauca. Y como suele sucederle a los mandatarios de esa región, terminó en la cárcel por sus malas amistades.
Imperfecto como somos todos, llegó a fumarse ocho cajetillas de Marlboro al día. Pero su salsa, para muchos, fue perfecta. Jairo Varela no fue un rebelde, como Chavela Vargas, pero sí fue un caprichoso. Hizo con el grupo Niche lo que quiso y donde quiso.
Los que buscamos la perfección estamos condenados a morir sin dejar una huella en la historia, porque nos olvidamos de que vivir es abrazar el caos. Si el mundo quisiera tanto el orden, habría más libros dedicados a los servicios de limpieza, que textos de personas con defectos. La gente recuerda más a Quasimodo que al disciplinado capitán Febo.
Ayer, Mariana Pajón ganó una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres. Hizo una serie de carreras perfectas. Su espontaneidad fue perfecta. Pero lo que más me marcó -más que el himno nacional, más que su brinquito para subir al podio- fue cuando se quitó sus botines y mostró que sus medias, cada una, era de un color diferente. Una cábala invitando al desorden en medio de una mañana tan perfecta para el deporte nacional.
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