José Jaramillo


Se necesita mucha imaginación para sacar oradores de negociantes de café, vendedores de chance, poetas eróticos, señoras de costurero, políticos cargadores de ladrillos e ingenieros civiles, y hacerles un análisis puntual de sus virtudes oratorias. Pero la imaginación desbordada de un adulador de oficio todo lo puede. Milagros de las campañas electorales. Y si el panegirista es, él mismo, un buen orador, la cosa es fácil. Es cuestión de saber dónde se pone la metáfora, cuál es el adjetivo impactante, quién el sujeto adecuado… Lo demás es relleno. Y no sobran, por supuesto, las citas oportunas, tal cual latinajo, alguna evocación de Cicerón, Churchill -magnífico hacedor de frases-, Montaigne, la Madre Teresa de Calcuta y S.S. Juan Pablo II, sin olvidar a los grandes jefes políticos colombianos, que la memoria histórica ha idealizado, también de acuerdo con el escenario: en Neira (Godorra) Laureano Gómez, en Manzanares Silvio Villegas, en Palmira (la plaza roja) Gaitán, en Cartago Carlos Holmes Trujillo (que juega de local), y así. Para el caso, los aduladores de oficio, buenos escritores, además, son recurrentes. Se las saben todas. Y el público -"pueblo intonso, pueblo asnal"- come cuento.
Colombia es un país de oradores, para lo cual no se necesitan recursos académicos, profundas lecturas, ni entrenamientos especiales. No. Bastan un podio, un balcón o un barranco y un auditorio amarrado, con trago y comida, para que se luzca cualquier petimetre con aspiraciones burocráticas -propias o ajenas-. Y los aplausos no faltan, porque la gente no va a las manifestaciones a entender lo que dicen los oradores, sino de relleno, para atender la invitación del cacique político, matar una tarde de ocio y comer y beber de gorra. Y si no aplaude y grita vivas lo chequean, porque en esos eventos siempre hay infiltrados, que registran la intensidad de los clamores de la gente; y de acuerdo con eso se tasan favores y privilegios.
Grandes oradores colombianos se inspiraron en los atenienses, padres de la democracia; en el foro y el senado romanos; en los clásicos franceses y en los filósofos alemanes, para estructurar su ideario y transmitirlo a las masas, que aunque no entendieran mucho del contenido de los discursos sí se conmovían con la voz de los oradores, sus ademanes histriónicos y las frases impactantes. Ahora, en tiempos del pragmatismo y el dinero fácil, a los electores no los mueven sino las promesas de solucionar necesidades inmediatas. Que, por supuesto, no se cumplen.
El espectáculo de las manifestaciones políticas con oradores de escuela, cultos y formados para la política, es historia. Lo de ahora es pararse en una plaza a oír tonterías, con la esperanza del tamal y la media de aguardiente que se repartirán al final.
Alfonsito Jaramillo, un político ocasional del Quindío, así llamado por su escasa estatura, hace años, en una manifestación dijo en forma sentenciosa: "Yo tengo el mérito de haberme hecho solo". Y un tipo del auditorio le gritó: "¿Y por qué no se hizo más grande?".
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015