José Jaramillo


Hay acciones de las organizaciones representativas, y de los mandatarios, nacionales, departamentales o locales, tan inútiles como espectaculares. Semejantes a los voladores de las celebraciones pueblerinas, que suenan cuando se prenden, se elevan, explotan en el aire, forman un abanico de luces multicolores, se apagan, cae la varilla de madera a tierra y no pasa nada más. Eso sucede en muy pocos minutos y no trasciende más allá de la admiración boquiabierta de los espectadores.
Instituciones internacionales pretenden analizar y resolver grandes problemas de la humanidad convocando foros multitudinarios, a los que asisten delegados de todas las naciones, sin ninguna intención distinta de darse el venteo por cuenta de sus respectivos gobiernos, con jugosos viáticos y ostentosas escarapelas, además de pasaportes diplomáticos, para irse a bostezar con unos audífonos puestos para traducción simultánea, que no tienen más oficio que disimular, para que en las fotos, y en las tomas de televisión, los participantes aparenten poner cuidado a las intervenciones, mientras terminan las sesiones y pueden salir a divertirse.
Sobre el particular decía el dos veces presidente de Colombia y exSecretario General de la OEA, además de periodista, Alberto Lleras Camargo, en un editorial suyo de 1975: "A los problemas planetarios hay que agregar otro: la manera como son tratados. (...) Ni la crisis de alimentos, ni la sobrepoblación del planeta, ni la energía, ni la contaminación y destrucción del ambiente, ni la discriminación contra cualquier parte de la población, o el derecho del mar, son cosas para manejar de manera demagógica, atropellada y política. Debe haber una reacción (...) contra la manera loca de gastar los dineros y despilfarrar las energías de los gobiernos".
Cualquier parecido de lo anteriormente descrito con consejos comunitarios, foros democráticos y gobiernos en la calle, que convocan los mandatarios, con más resultados teatrales que eficiencia, no es mera coincidencia. Es la manera como los políticos de todos los tiempos no se resignan a cumplir el proverbio de "por los hechos los conoceréis" y caen en la tentación de ser más mediáticos que prácticos.
El anterior gobierno colombiano del expresidente Uribe cada ocho días se desplazaba a un lugar distinto de la geografía nacional (lo que representaba altísimos costos), escuchaba a las comunidades sus problemas y daba órdenes a sus subalternos para solucionarlos, lo que solía no suceder. Recuérdese, no más, la denuncia pública del alcalde de un pueblo de Santander de que lo iban a matar, diciendo los nombres de quienes lo amenazaban, a lo que ordenó el doctor Uribe la debida protección, que nunca se hizo efectiva, y al señor, evidentemente, lo mataron poco después.
Igual cosa sucedió en la pasada calamidad invernal, cuando un pueblo fue totalmente destruido por una avalancha y el presidente Santos ordenó, en medio del lodazal, la construcción de 350 casas y una escuela, lo que más de un año y medio después no ha sucedido. Y los responsables se pasan la pelota, como jugando un picadito, mientras los damnificados permanecen en cualquier resguardo, o a la intemperie.
La consigna debe ser: El problema se detecta, la solución se estudia, se ordena la obra y si el responsable no cumple se destituye, así se embejuque su padrino político. Y eso puede hacerse desde el despacho del mandatario, sin tanta parafernalia y con menos gastos.
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