Eduardo García A.


García Márquez logró por fin escapar de Bogotá en llamas después de varios días de incertidumbre y llegó en un avión a Barranquilla y de ahí se trasladó por tierra en un camión de la Agencia Postal hasta Cartagena, la ciudad colonial llamada La Heroica. "Algo de su graciadivina debía quedarle a la ciudad, porque me bastó con dar un paso dentro de la muralla para verla en toda su grandeza a la luz malva de las seis de la tarde, y no pude reprimir el sentimiento de haber vuelto a nacer", dice García Márquez con genio en Vivir para Contarla.
"Fue así como la noche misma de mi llegada la ciudad se me reveló a cada paso con su vida propia, no como el fósil de cartón piedra de los historiadores, sino como una ciudad de carne y hueso que ya no estaba sustentada por sus glorias marciales sino por la dignidad de sus escombros", agregó en las conmovedoras páginas donde relata el primer encuentro con la más bella ciudad del Caribe que nunca había visto, pero de la cual había oído hablar desde la infancia, por lo que le era muy familiar.
Su descubrimiento de Cartagena es casi como un sueño para él con sus callejones coloniales, viejos palacios, murallas y rincones alumbrados por la luz de los faroles y tocados por la brisa del mar.
Desde el primer día, recorre las calles de la ciudad e incluso conoce el único lugar abierto esa noche, un sitio sórdido llamado La Cueva junto al mar, pero después experimentó una peripecia con la policía porque ignoraba un toque de queda impuesto por el gobierno central y tuvo que dormir en un calabozo de la estación de policía aquella primera noche.
Se matriculó después en la Universidad de Cartagena para seguir sus estudios de derecho con poco entusiasmo, obligado por las presiones familiares, en especial de su padre, que sufría para mantener a la familia en Sucre. Tras instalarse en una barata pensión de estudiantes, vive con mucha precariedad, pero se encuentra por azar con el escritor Manuel Zapata Olivella, joven médico que había viajado por México y Estados Unidos y con quien había compartido días antes algunos episodios del "Bogotazo" del 9 de abril, y éste lo convenció de presentarle a Clemente Manuel Zabala, jefe de redacción del diario El Universal, propiedad de un hermano del famoso poeta Luis Carlos Domingo López, el "Tuerto López, uno de clásicos de la poesía colombiana del siglo XX. El amigo lo recomendó diciendo que el joven podía ayudarles en los tiempos libres de la universidad.
El joven cuentista de 21 años de edad, elogiado en Bogotá en el suplemento literario de El Espectador y quien pensaba que el periodismo no era lo suyo, ingresó con un pago de miseria al periódico y por primera vez se vió enfrentado a la labor periodistica bajo el magisterio de Zavala, quien le enseñó a dejar atrás retóricas literarias, engolamientos y retorcimientos enviciados de escritor para ir poco a poco al grano periodístico. Allí conoció al novelista Héctor Rojas Herazo, unos años mayor que él, y al erudito Gustavo Ibarra Merlano, quienes fueron junto a Zabala los mentores del jovencito, apenas un pichón de periodista que descubría asombrado en el periódico la presencia del censor enviado por el gobierno, según la práctica instaurada en todo el país por el régimen del dictador Rojas Pinilla.
Las primeras notas le fueron corregidas implacablemente por Zabala y así "me quedé en la redacción casi dos años publicando hasta dos notas diarias que lograba ganarle a la censura, con firma y sin firma, y a punto de casarme con la sobrina del censor". Más adelante añadió que "todavía me pregunto cómo habría sido mi vida sin el lápiz del maestro Zabala y el torniquete de la censura, cuya sola existencia era un desafío creador".
En Cartagena tuvo encuentros importantes. Allí en compañía de Zabala, Rojas Herazo e Ibarra visitó en el Hotel Del Caribe al gran escritor español Dámaso Alonso, quien estaba de paso por la ciudad para dar unas conferencias. En otra ocasión conoció y se hizo amigo de un domador de leones, Emilio Razzori, y alguna vez contempló la idea de irse con él viajar y trabajar en su circo. Y después conoció al poeta Alvaro Mutis, quien en varias ocasiones contribuyó a dar cambios decisivos en su vida, primero convenciéndolo de trasladarse a Bogotá y muchos años después recibiéndolo en México, el país donde habría de vivir por el resto de su vida desde 1961.
Cuando fue a despedir a su amigo el domador de leones a Barranquilla, decidió pasar al diario El Nacional para conocer a unos amigos de los amigos de Cartagena sobre quienes le habían hablado con gran entusiasmo por su vida bohemia, aventuras, espíritu de amistad y gran amor por la literatura y las rates. Así conoció a quienes conformarian el ya legendario Grupo de Barranquilla, Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas, Alvaro Cepeda Samudio y Alejandro Obregón, que aparecen citados como personajes de ficción al final de Cien años de Soledad. Con ellos viviría algunos de los años más felices y decisivos de su vida marcada por la relacion con el sabio catalan Ramon Vinyes, quien le dio las bases para escribir lo mejor posible las endemoniadas novelas del futuro.
Pronto le propusieron venir a trabajar como periodista en El Heraldo, asunto que se concretó meses después, cuando García Márquez se trasladó a Barranquilla, ciudad portuaria donde habia vivido y estudiado adolescente y conocido el amor. Alli publicó la primera nota el 5 de enero de 1950. Luego estuvo en la aventura de la revista semanal Crónica fundada con Alfonso Fuenmayor y los amigos del Grupo de Barranquilla, pero al fracasar el proyecto de nuevo conocio el espectro de la precariedad económica, más aterradora cuanto él, como el primogénito de la familia, tenía el deber de ayudar a paliar la penuria económica en Cartagena de la inmensa prole de hermanos que creció año tras año y ahora se componía de 11 hijos y otros que su padre engendró por fuera del matrimonio.
García Márquez dijo que « nunca como en aquellos días me sentí tan integrado a aquella ciudad y a la media docena de amigos que empezaban a ser conocdos en los medios periodísticos e intelectuales del país como el grupo de Barranquilla. Eran escritores y artistas jóvenes que ejercían un cierto liderazgo en la vida cultural de la ciudad, de la mano del maestro catalán don Ramon Vinyes, dramaturgo y librero legendario, consagrado en la enciclopedia Espasa desde 1924 ».
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