Óscar Dominguez


Apenas me repongo de la negriada que sufrió mi hoja de vida. No perdono ni olvido que me hayan impedido codearme con el blancaje criollo, y con uno que otro malandro que se bebió la augusta boda de la hija del procurador Alejandro Ordóñez.
(Dicho de refilón, fue el único matrimonio en el que el mejor casado fue el padre de la novia…).
De haber sido invitado, me habría aparecido con varias hojas de vida, debidamente infladas, para deslizar entre los esmóquines de los encopetados invitados. Hay matrimonios que tienen mucho de bolsa de empleos. Más de uno salió con chanfa en alguna "asustaduría" regional, o en una embajada en la descuadernada vieja Europa.
De paso, coincidí por primera vez en algo con el tuitero mayor de El Ubérrimo, el expresidente Uribe: ninguno de los dos asistimos a ese "mártir-monio", como lo denominaría el "terrible" maestro Guillermo Angulo.
El gallo Uribe no asistió para no tener que darle en la jeta a más de uno. Incluido su exdelfín, el presidente Santos. Yo no concurrí por falta de pedigrí. Carece de encanto un pensionado que despierta y se le agota la agenda, como a los gatos.
Ahora bien: los "bodólogos" (=duchos en bodas) aconsejan no invitar a su matri al arzobispo: se roba todas las miradas con sus pomposas vestiduras y su enigmática sonrisa a tono con la vestimenta.
Como al casorio de marras asistieron, genuflexos, aconductados, los tres poderes que no se atrevieron a desairar al procurador, los novios fueron ilustres desconocidos, N.N. en su propia boda.
Como no "poseo" amigos arzobispos, a mi casorio solo asistimos los contrayentes por razones obvias, y cuatro padrinos que pagaron la "recepción-sancocho" para seis en un restaurante sin mayores ínfulas gastronómicas, a años luz de aparecer en la guía Michelin.
Horas antes, con misa en un latín que envidiaría Horacio, el romano, no Serpa, el masón, paisano de Ordóñez, uno de los invitados, Fray José Carvajal Londoño, agustino recoleto, mi profesor de latín y preceptiva literaria, guardaespaldas espiritual contra las acechanzas del malingo, nos declaró marido y mujer hasta que la monotonía, o la incompatibilidad de ronquidos nos separaran. Algo que nunca sucedió. Y no sucederá.
Moraleja: es de buen agüero casarse en latín y de espaldas al respetable. Larga vida para la hija del procurador y su marido de cuyo rostro ni nombres logré acordarme.
Como no soy egoísta, propongo que las bodas futuras, si no se pagan en vaca entre los padres de los contrayentes, como debería ser, las paguen los invitados, como sucedió con la de este servidor. (Conviene acabar con esa costumbre "feminista" de que la francachela y la comilona la pagan solo los padres de la novia. Aclaro que no litigo en carne propia porque ya casé a mi hija. Y pagué la cuenta, claro).
Lo que más me incomodó del "despelote party" que comento, fue que me perdí una magnífica ocasión de practicar mi latín de seminarista. Ego non te absolvo, procurador.
Columnistas de varios trinchetes, como la comida que se sirvió esa noche, han cuestionado la incongruencia de sentar a manteles a todos los poderes, casarse con ellos el procurador, y éste con ellos, mezclar pulquérrimas hojas de vida con otras que le coquetean al código penal. Pero caminando rápido no se notan las incompatibilidades.
Además, al cuatro whisky todo el mundo queda nivelado por lo bajo. ¿O será por lo alto por tratarse de la élite? De nuevo quedó ratificado que los del gajo de arriba discrepan en público, pero rumbean y se reparten el poder en privado. Y que para eso es el poder. Faltaba más.
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