Alejandro Samper


Cuesta creer que al embajador de Estados Unidos en Libia, J. Christopher Steven, lo mataron por una película de bajo presupuesto. Pero así es el fanatismo religioso. La película en mención es La inocencia de los musulmanes, y es la que alborotaron a miles de personas en Oriente Medio, quemando banderas y locales estadounidenses. Incluso se reportó que tres colombianos, pertenecientes a los cascos azules de la ONU, resultaron heridos en unos disturbios en Egipto.
La película, dirigida por un desconocido Alan Roberts y producida por un tal Sam Bacile, dicen que fue financiada por donantes judíos con el propósito de mostrar "la hipocresía" del islam. Y para contar dicha mentira, contrataron actores a los que engañaron. Les dijeron que iban hacer una película llamada Los guerreros del desierto, pero luego les doblaron las voces, agregaron escenas y metieron al profeta Mahoma teniendo sexo explícito hasta con animales (al menos eso dicen las reseñas publicadas por el Daily Telegraph).
Para contar la historia de la "mentira" musulmana, disfrazaron a unas personas con barbas similares a las que usan los niños cuando hacen representaciones vivas de un pesebre. Desdibujaron una religión y sus escritos en un video de "tres pesos", aunque dicen que costó 5 millones de dólares. Seguramente los primos Nule son co-productores, pues se perdieron al menos 4 millones 950 mil dólares.
El pastor y fanático religioso gringo Terry Jones (de esos quemalibros, como el procurador Alejandro Ordóñez) asegura que esa "producción estadounidense" busca mostrar "la ideología destructiva del islam". Los desórdenes en Siria, Libia, Egipto y Líbano parecen justificarlo. Pero es la misma justificación que usan los musulmanes radicales para señalar "al demonio" de occidente, con sus cruzadas contra el mundo árabe y su decadencia. Protagonistas de Nuestra Tele, hija de la telebasura estadounidense, lo confirma. Toman los peores ejemplos para identificar a unas culturas ricas en historia y gente.
Agrega el pastor Jones que la película es una "sátira" de Mahoma. Este hombre debe tener un sentido del humor igual que su fe: perverso. Confunde "sátira" con "insulto".
Quienes quieran ver una buena película sobre religión y humor deben ver La vida de Brian, del grupo Monty Python. Es sobre la vida de un hombre que, por cosas del destino, lleva una vida paralela a la de Jesucristo, en una Galilea ansiosa por encontrar un mesías. Ahí se burlan de todo: de los profetas, de los fanáticos, de los romanos, de los símbolos de fe, de los evangelios, de la crucifixión. ¿Y por qué Brian y no Jesús? "Porque Jesucristo no era divertido", dijo Terry Jones, director del filme.
La película, de 1979, también fue censurada. La tildaron de blasfema, obscena y sacrílega. En Irlanda, Noruega y Suecia (donde la pornografía no es "pecado") no la proyectaron. La iglesia prohibió su proyección en varias ciudades de los Estados Unidos -"land of the free"- porque cuestionaba los dogmas católicos. Además, porque los humoristas de Monty Python, en las ruedas de prensa decía cosas como "a los 16 años ya había leído dos veces la Biblia, pero después decidí que la educación es mejor que la religión".
Para ejemplificar esa frase dicha por Terry Gilliam (hoy un respetado director en Hollywood), hay una escena donde un grupo de fanáticos persiguen a Brian a la espera de que les dé una perla de sabiduría. Desesperado, el personaje les grita "¡Váyanse a la mierda!". "¿Y cómo vamos a la mierda, Mesías?", le responden.
Pues así está todo en Oriente Medio, hecho una mierda. Todo por la falta de tolerancia y el capricho de unos ignorantes en insultar las creencias de otros. Por una película que no vale la pena y que de haberse ignorado no hubiera pasado a mayores. El año pasado Hollywood lanzó una película llamada Colombiana, donde una niña de Medellín se convierte en sicario y arrasa con todo un cartel del narcotráfico. Otra vez con los estereotipos: drogas, muerte y una república bananera. Faltó la escena panorámica de Bogotá pintada como un pueblito -parecido a Jardín (Antioquia)- en medio de los Andes, donde se llega en avioneta a una pista de tierra llena de gallinas en medio de un calor sofocante. Y quien lo atiende es un tipo envuelto en un sarape.
Nadie le prestó atención a esa cinta que ahora debe ser exhibida en los buses que van de ciudad a ciudad. O sea, cine tipo B, junto a las películas de Van Damme y Jackie Chan.
Y que nos sigamos matando por un ser del cual no existe certeza de su existencia, no deja de ser cosa de bárbaros.
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