María Carolina Giraldo


La familia es ese lugar que los seres humanos hemos creado para cuidarnos. Es ahí donde se atiende a los niños que necesitan particular protección, donde se acompaña a los mayores que, al igual que los más chiquitos, requieren de un tratamiento específico, donde se protege a las personas con necesidades especiales. La familia también es ese espacio para cuidar a los adultos, que parecemos más independientes, pero necesitamos compañía. Son los miembros de la familia los que se preocupan por la integridad, la salud y la seguridad de los suyos.
Así las cosas, la familia trasciende el escenario de la reproducción y se constituye en un espacio mucho más profundo que involucra compromiso, generosidad, amor, entrega, tolerancia y respeto. Cuidar de otro no es una tarea fácil, implica disponer de tiempo y limitaciones a la autonomía. Adicionalmente, en esta época donde es necesario tener un ingreso para sobrevivir, el cuidado es un servicio cada vez más costoso, más oneroso de delegar.
En este sentido, los Estados establecen mecanismos de protección para la familia, porque para éstos es muy valioso que los ciudadanos se cuiden entre sí, ya que se reduce la carga de obligaciones públicas y se construye una sociedad más solidaria, fraterna, generosa y segura.
Existen muchos tipos de familias, la conformada por papá, mamá e hijos es solo una de ellas. En este país son muchas las madres valientes que asumen solas el cuidado de niños y adultos mayores. También es común encontrar abuelas que se hacen cargo de sus nietos como si fueran sus hijos. Frecuentemente las tías crían a sus sobrinos mientras sus hermanos buscan suerte en otros países. Cada vez más, los papás asumen el rol de padre y madre y aumentan las parejas que deciden no tener hijos. También hay amigos que hacen las veces de familia, que son más solidarios y amorosos que con quien se comparte un apellido.
Y en este universo de múltiples formas de cuidado, también existen familias conformadas por parejas del mismo sexo, las cuales se aman y se respetan en la misma proporción que lo hacen las demás. Su amor no es contra-natura porque el amor, el respeto y el compromiso no están condicionados al sexo opuesto. Pueden criar hijos porque la relación filial verdadera es un compromiso de amor incondicional y solidaridad permanente. Su forma de relacionarse sexualmente, que a tantos asusta, tampoco es contra-natura, otras especies animales se estimulan sexualmente entre especímenes del mismo sexo.
Como sociedad nos queda la tarea pendiente de conceder a las parejas del mismo sexo la posibilidad de suscribir el contrato civil de matrimonio, por el cual se adquieren las garantías que confiere al Estado para las personas que han decidido formar un tipo de familia para cuidarse. La herramienta jurídica de solemnizar sus uniones puede conferirles los mismos derechos, pero es un instrumento distinto que pretende marcar una diferencia, como si sus familias, sus vínculos, sus compromisos de amor y cuidado no fueran tan reales como los de los demás.
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