Pablo Mejía


Cuando oigo las canciones de cuna modernas me pierdo, porque no se parecen en nada a las que conocí durante mi niñez o a las utilizadas con mi hijo, que como a tantos bebés había que arrullarlo para que se durmiera. Debíamos repetirle como loras tonadas que decían cucú cucú cantaba la rana, la iguana tomaba café o Samy el heladero. También estaban las canciones que le enseñaban en Experiencias, la guardería, lo cual por cierto me parecía admirable porque el muchachito llegaba todos los días con una nueva. Y además le revolvíamos algunas de nuestra época para mantenerlas vivas y vigentes, porque ellas también forman parte de la tradición oral.
En vista de que durante nuestra niñez teníamos tan pocas entretenciones, mas si comparamos ahora que los infantes disponen de todo tipo de aparatos electrónicos, juguetes sofisticados, juegos de mesa, etc., debíamos recurrir a diversiones inocentes y sencillas que transcurrían muchas veces alrededor de esos estribillos que fueron tan conocidos. Una de las primeras actividades en las que participaba un bebé que recién había aprendido a caminar, era un círculo que se formaba entre varios niños y que al empezar a girar cantaban en coro: a la rueda rueda de pan y canela, tómate tú Milo y vete pa la escuela, si no quieres ir, ¡acuéstate a dormir! Y en ese momento todos se acurrucaban.
Ya más grandecitos, el programa era salir a la calle a entretenernos con los hermanos y los amigos del barrio con los diferentes juegos que se acostumbraban entonces, como chucha o la lleva, guerra libertadora, cuclí o escondidijo, estatua, trompo, balero, canicas, un picao de fútbol y muchos otros que se me escapan. Pero como para algunos juegos era necesario formar dos grupos de participantes, además de rifar para ver cuál equipo empezaba, lo que hacíamos era utilizar ciertos estribillos que servían para escoger a una persona entre varias.
Tal vez el más popular era el tin marín, pero al no poder recordar cómo decía en su totalidad, recurrí a Google y me di cuenta de que lo conocen en muchos países del continente, aunque con cambios significativos. Y la verdad es que el estribillo varía según la ciudad, el barrio y hasta el círculo familiar y de allegados de cada persona. Creo que el que conocí nació de la dificultad para descubrir al que soltaba un pedo clandestino, y entonces el líder del grupo empezaba a señalar a cada uno de los presentes mientras decía: tin marín de dos pingüé, cúcuru mácara, títere-e, ese cochino marrano fue. Y el último que enfrentaba el dedo acusador debía cargar con la culpa ajena, porque con seguridad el infractor era el mandamás de la gallada. Claro que en esos casos también era habitual que al que prendía las alarmas, le devolvían la pelota al decirle: el que primero lo siente, debajo lo tiene.
En todo caso el tin marín se utilizó por nosotros para escoger miembros de los equipos que se enfrentarían por ejemplo en una guerra libertadora, aunque había otras opciones como la que decía: Don Pepito el bandolero, se metió entre un sombrero, el sombrero era de paja, se metió entre una caja, la caja era de cartón, se metió entre un cajón, el cajón era de vino, se metió entre un pepino, el pepino maduró y don Pe-pi-to se sal-vó (las últimas sílabas se recitaban despacio, y de una en una, para darle mayor dramatismo a la escogencia).
Para seleccionar los jugadores de un picadito de fútbol, en el que las porterías se demarcaban con los libros del colegio y los sacos, se acostumbraba el pico y monto. Los capitanes de ambos equipos, y seguro el dueño del balón era uno de ellos, se paraban uno frente al otro y a varios metros de distancia, y empezaban a recorrer el espacio, por turnos, al poner un pie delante del otro; además, mientras el uno decía pico, el otro respondía monto. Así, el que primero pisaba al contrincante escogía. En béisbol el sorteo era con las manos y el bate.
Para hacer un case con el compañero trabábamos los dedos meñiques, y con tres movimientos fuertes de los brazos, sellábamos el pacto así: case que case, no se descase, campanas de hierro, por un caminito, derecho al infierno (creo que se refería al castigo que recibiría quien incumpliera su palabra). También recuerdo que cuando veíamos televisión y alguno se paraba para ir al baño, de inmediato le quitaban el puesto y al hacer el reclamo, simplemente le decíamos: el que se va pa Sevilla, pierde su silla. Y al que se atravesaba ante la pantalla le preguntábamos: oiga, ¿su papá hace botellas?
En los paseos del colegio, quienes viajábamos en la banca de atrás del bus les refregábamos a los más juiciosos, que siempre iban adelante con el profesor: que canten, que canten, los burros de adelante. Al jugar chucha o la lleva, quien lograba llegar al tapo gritaba: tapo la olla con agua y cebolla; mientras que en el escondite, al que le tocaba contar, advertía antes de salir a buscar: cuclí, cuclí, al que lo vi lo vi, y al que esté detrás de mí, no se vale.
Ahora me pregunto cómo les parecerán de ridículas todas estas actividades a los muchachitos de ahora.
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