César Montoya


Pocas veces Colombia en elecciones para Congreso y Presidencia había estado tan polarizada como ahora. Toda la tradicional clase política del país tiene que darle respuesta, en las urnas, al ineludible enfrentamiento con el expresidente Uribe, quien propone la elección de unos personajes (de gran mayoría antioqueña) posiblemente muy importantes, pero absolutamente desconocidos en el mundo electoral. Por ejemplo, ubiquémonos en Salamina. El elector tendrá que resolver, en conciencia, si vota por las listas de Uribe o seguirá las pautas de quienes han sido sus dirigentes tradicionales, Ómar Yepes, con 50 años de proselitismo, Adriana Franco con 20, Jaime Alonso Zuluaga con 10, Luis Emilio Sierra con 25, Mauricio Lizcano con 10, Jorge Hernán Mesa con 30 y Hernán Penagos con 8. Todos ellos apoyan las políticas de gobierno del presidente Santos. En la otra orilla, en Salamina, solo estará un incógnito Mejía, aupado, obviamente, por el poder de convocatoria que tiene Uribe Vélez.
¿Qué pesa en favor de la clase política? Lleva años gestionando, con éxito, carreteras, vías de penetración, acueductos, alcantarillados, electrificación, telefonía, colegios de bachillerato en las veredas, restaurantes escolares, burocracia municipal, departamental y nacional, etc. Esa conducta de resultados tangibles, crea gratitudes. Lo he verificado en las giras políticas. Más que al jefe, el elector recibe al amigo, que le indaga por su economía, por el precio del café, por su huerta campesina, por la evolución de la enfermedad de su mujer y el estudio de su hijo, y que además le ha enganchado a uno de los suyos en la administración pública. Este fenómeno, de elemental gratitud, se repite en todos los municipios del país.
Uribe le ha inyectado a la política una temperatura calcinante. El fallo negativo de La Haya, Uribe, cuando era presidente, lo atendió, como era su deber. Todo pleito se gana o se pierde. Fue trágica para nosotros la decisión de la Corte Internacional. La desventura con este resultado, Uribe quiere volcarla contra el señor Santos que no lleva velas en ese entierro, ni escogió los abogados que debían atender el delicado pleito. Colocar ahora a Colombia contra la pared argumentando que se desconozca el fallo, es una salida irresponsable. A la corta o a la larga, el país deberá, por los medios diplomáticos, concertar con Nicaragua, el manejo de las aguas marítimas.
Santos heredó el país violento que Uribe le dejó. Después de 4 años de mucha alharaca, Uribe hizo, por caminos torcidos, modificar la Constitución para gobernar por 4 años más, con la insistente monserga de extirpar la cabeza de la culebra, refiriéndose a la Farc. Vencidos los dos períodos en el poder, sus áulicos pretendieron nuevamente hacerle remiendos a la Carta Magna, para que el autócrata goloso, se atornillara en el trono, siempre invocando la necesidad de darle muerte definitiva al satánico ofidio. ¡Gracias a Dios, la Corte Constitucional dio muerte a sus ambiciones imperiales! En cambio, Santos, sin tanto escándalo, ha sido el terror para los facinerosos. Craneó como ministro de Defensa la muerte de Raúl Reyes, y la logró. Coronó, con estrategia de relojero, el rescate de Ingrid Betancourt y sus compañeros de cautiverio. En su mandato hizo cacería del Mono Jojoy y Alfonso Cano, los dos máximos dirigentes de los subversivos. No pasa un solo día de su gobierno sin migarles plomo a los malvados.
Ahora, Santos, después de 50 años de terror y muerte, le va a poner fin al conflicto. Toda la comunidad internacional, el país entero, clama y espera la paz. Solo los sectarios, los que ofician en una política intolerante que rechaza todo lo que haga y predique de actual gobierno, hacen una oposición rabiosa, tan injusta como desaforada.
Cómo desconocer este ambicioso espacio para la paz, respaldado por todas las naciones del mundo, más la reconciliación del país con los vecinos, más la Alianza del Pacífico, más la reparación de las víctimas de la violencia, más el regreso de los campesinos a sus territorios de los cuales habían sido despojados, más la creación de dos millones de nuevos empleos, más la democratización de las regalías, más la baja de la inflación, más el regalo de viviendas para las familias en la miseria, más la disminución de los índices de pobreza, más el respeto a la protesta social, etc.
¿Candidato conservador? Fuera de la señora Ramírez, de locución mazamorrera, con un vergonzoso puntaje en las encuestas, que debió haber concursado en la convención uribista que eligió el suyo, no tenemos una figura "con ganas" de llegar al Solio de Bolívar, a no ser que escojamos un Goyeneche. Los que pudieran ser, tienen un desgano abúlico por el poder. La conclusión es desastrosa. Si Nohemí Sanín, con su encanto, sacó, apenas, 750.000 votos, él o la Goyeneche obtendría muchos menos. Con semejantes resultados vamos a desaparecer del escenario nacional.
Respetaremos y acataremos la decisión que oficialmente adopte el conservatismo. Santos en los tres años de su mandato nos entregó (y conservamos) dos ministerios básicos: Hacienda y Agricultura, fuera de otras altas posiciones de relieve. En síntesis, Santos le ha cumplido al Partido Conservador.
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