Jorge Raad


Con los recientes comentarios provenientes desde muchos sectores, hechos con más énfasis en el reciente período electoral, le queda al ciudadano una especie de confusión sobre lo que sucede en La Habana y lo que llegará después. Hay una inmensa variedad de posiciones y puede decirse que no hay una línea trazadora que incluya lo básico de esos diálogos que buscan un cese a la guerra por parte de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Todos quieren la paz, pero hay que tener en cuenta que ese apenas es un camino para lograr el anhelo de los colombianos.
El reciente fallecimiento de Adolfo Suárez en España, vuelve a traer el significado de un hombre querido por los españoles que fue capaz de hacer la transición entre el franquismo y el regreso de la monarquía. No era fácil y logró unificar a la mayoría de los hoy súbditos de Juan Carlos I. Hace unos días circuló en los sistemas electrónicos de comunicaciones, una carta de un importante jurista, gremialista y académico de Medellín, sobre los aconteceres de La Habana y el mensaje concluía con una serie de preguntas del orden cotidiano comparando, lo que supuestamente se define en la capital cubana y lo que tienen que sufrir los colombianos que no han disparado una sola bala.
Hay que esperar las conclusiones de La Habana, en la seguridad de que será lo mejor y por ende lo más equitativo para quienes viven en Colombia. Humberto de la Calle es un hombre serio, que comprende a todo el país.
Lo que se pacte en Cuba deberá ser refrendado por el pueblo y allí es donde los ciudadanos deben pronunciarse. El peligro radicará en que no deberá ser ratificado o negado en bloque.
La consulta en bloque no será democrática porque los temas como los intereses son tan diversos que no pueden confundirse: Lo político, lo económico, el narcotráfico, la impunidad, el manejo de las tierras y otros a consideración de las comisiones que sesionan en el Caribe.
¿Están preparados para el futuro? La pregunta tiene que involucrar a cada colombiano porque no hay ninguno que directa o indirectamente, sin importar el sitio en que resida, no reciba el impacto de los que se decida en La Habana y luego apruebe o rechace libremente la sociedad colombiana. La paz comienza, apenas se inicia, en La Habana. No puede seguir la confusión aprovechada por personas con los más variados afanes, que se intensificarán en la campaña por la Presidencia de la República. A los colombianos no se le debe mantener en una nebulosa entre la paz y el término del conflicto armado que es lo que se supone sucederá en Cuba.
Para llegar a la paz pasará otro tiempo, medido quizá en años, pero se espera que se espera sea rápido. Las desigualdades en Colombia, que fueron la base para la lucha armada, se añadieron otros problemas. Desmontar todo y andar en el país rumbo a una mayor equidad requiere de una voluntad férrea de todos, que va más allá de los gobiernos, de los legisladores y de las Cortes. Volviendo a la pregunta inicial hay que complementarla con otra cuya respuesta solo la tiene cada colombiano: ¿Qué está dispuesto a aceptar de los resultados de La Habana? Se necesita de una gran dosis de tolerancia y entereza que solo la conciencia de cada persona es capaz de servir como columna indestructible.
Aparecerán antagónicas posiciones, defendiendo de todo con argumentos verdaderos y otros falaces que harán inmenso daño porque estarán defendiendo privilegios como se ha hecho en Colombia desde la lejana época previa a la República.
De los resultados de La Habana y las decisiones que adopte por mayoría el pueblo de Colombia, tendrá que emerger un camino distinto para lograr un país más cohesionado. De la Habana no podrá salir la unanimidad como se ha querido imponer en el país. las tesis contrarias son el bastión de la democracia, todo dentro de un país sin conflicto armado, que ha sido superado en costo de vidas y lesiones humanas por la violencia común.
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