Fernando Londoño


Nos resistíamos a creerlo. Se nos ocurría una suma de torpezas inocentes, pero su acumulación descomunal nos ha llevado a la única conclusión posible. Es un complot contra Colombia.
La cadena empezó cuando apenas se posesionaba este gobierno y la Corte Constitucional dijo que para el acuerdo con los Estados Unidos que permitía el uso de nuestras bases aéreas para sus aeronaves detectoras, era menester tratado expreso, como que no servían los muchos que tenemos celebrados sobre cooperación militar y en la lucha contra el tráfico de drogas. Pues Santos decidió que no había para qué proponer ese acuerdo, por cuanto nos sobraban medios para conseguir el fin de preservar inmunes nuestros cielos.
Luego empezaron a llegar noticias sobre conversaciones secretas con las Farc en Cuba, que el mismo Santos negaba sistemáticamente. Imposible que sea tan torpe, decíamos para nuestro capote. Pero era posible.
Para no quedar fuera de base, como dicen los beisbolistas, el Gobierno propuso al Congreso un Marco para la Paz, que claramente apuntaba a darle impunidad a los guerrilleros que firmaran cualquier papel con Santos. Nos opusimos indignados y nos tocó pagar el precio con una bomba que no nos mató por obra del Arcángel San Miguel.
Luego se desencadenaron varios hechos que ya no dejaron duda. Nuestra bella canciller declaró que el conflicto con Nicaragua se resolvería al estilo atribuido a Salomón, el de repartir un pedazo a cada parte. ¿Por qué se cometía semejante imprudencia?
Para las conversaciones con las Farc no bastaba ya el patrocinio de Fidel Castro, sino que se agregaba el de Hugo Chávez, siempre pegado de la mano de Daniel Ortega, y el de Noruega, perpetua alcahueta de todas las izquierdas confabuladas contra Colombia.
Nos cayó enseguida el fallo de la Corte Internacional, que nos quitó grande porción de mar, y que contrariaba todos los antecedentes legales, doctrinarios y jurisprudenciales de esa misma Corte.
Apenas conocido el fallo, tuvo Nicaragua la impudicia de celebrar acuerdo con los chinos para construir el canal interoceánico y como si fuera poco, nos amenazó con una nueva demanda para traer sus costas hasta la bahía de Cartagena. Ya tenemos a los chinos en la conspiración.
Aparecen enseguida los rusos. Buques de guerra nunca vistos en nuestros mares se pasean orondos entre Venezuela y Nicaragua, y su almirante declara que en caso de guerra entre Colombia y Nicaragua, ya tiene partido activo a favor de esta última. Vendría luego la rectificación diplomática, que no hace más que confirmar la angustiosa verdad. Rusia, pérfida desde don Pedro el Grande, niega por embajadores lo que se propone hacer con sus almirantes.
Faltaba la invasión aérea. En dos ocasiones sucesivas, y en la segunda previa advertencia de Colombia, enormes bombarderos rusos cruzan nuestro cielo, en la ruta de ida y regreso de Caracas a Managua, vía Colombia.
Ya no faltaba sino perfeccionar la quinta columna. Y es lo que se hace avanzando en el camino de una paz negociada con las Farc, las mismas que ya expresaron su fervor bélico a favor de Nicaragua y en contra de Colombia.
El complot es obvio y su gravedad evidente. Santos, detrás de su reelección, nos entrega al eje Rusia China Nicaragua Venezuela y Cuba. Más claro ni el agua.
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