José Jaramillo


Mi amigo "Mechas" camina entre sombras, de la mano de sus más cercanos seres queridos, cuando los años y los achaques vencieron su fortaleza física, delgada y flexible como las varillas de acero; la incansable laboriosidad de sus faenas de negocios; la locuacidad que borboteaba ingeniosos chispazos de buen humor; la manera muy paisa de tratar y rematar negocios rociándolos con aguardiente; y la generosidad sin límites de su nobleza.
Amplio, locuaz, deslenguado y franco, después de soltar una imprudencia, que por inoportuna no dejaba de ser cierta, miraba con sus ojillos de ardilla, saltones y vivaces, y, ante la sorpresa de los interlocutores, exclamaba: "¿Y no es verdad, pues?".
Muy temprano en la mañana, sin que un guayabo lo hubiera retenido nunca en la cama, salía a rebuscarse con negocios diversos, para los cuales era un "hacha". Y al final del día llegaba al hogar y sacaba de los bolsillos billetes, cheques y letras, que le entregaba a su mujer, Martha, quien ha sido la juiciosa administradora de la plata que su marido consiguió.
En su largo periplo comercial tuvo cantinas, bomba de gasolina, negoció con carros, ganado y bestias de paso; participó en construcciones, transportó materiales de construcción y una finca que compró, que por arenosa no servía para cultivos ni para ganado, la vendió por volquetadas. Y a los hijos los apoyó en proyectos industriales que han sido exitosos.
Amigo de los buenos carros, porque aseguraba que "a uno, bien montado, le va bien", siempre anduvo en últimos modelos de las más reconocidas marcas. Y fue cliente asiduo del "Nutibarita", unos apartamentos que el tránsito de Medellín tenía frente a sus oficinas, en los que los conductores que pudieran pagar tenían que quedarse setenta y dos horas, cuando los cogían manejando borrachos. "Mechas" decía que él era tan buen cliente de ese hotel, que en diciembre le mandaban regalo.
Su vivacidad estaba acompañada de una inteligencia práctica, que se le medía a todo, y todo lo hacía bien. Con sus cuñados, compraron una tierra, cerca de El Retiro (Antioquia), para que cada uno hiciera una finca de recreo. Fue "Mechas" quien, por delegación de todos, dirigió el loteo, las vías y la instalación de servicios, trabajo que hubiera firmado el más calificado ingeniero.
Alguna vez me invitaron "Mechas" y Martha a pasar un fin de semana en su finca. Cuando llegamos propuse ir a la fonda a comprar trago y mi amigo me dijo que su mujer se ponía furiosa. Entonces le dije: -Yo cuadro a Martha, pero usted se compromete a cumplir el arreglo que yo haga. -¡Listo!, me dijo. Con suavidad convencí a Martha de que nos tomábamos un aguardiente cada media hora; y me comprometí a que nos comíamos todo lo que nos ofreciera. -Así sí, me dijo, para que Guillermo no se embogache muy feo. Ella no pronuncia la erre.
A las cuatro y media de la tarde nos tomamos el primero. A las cinco el segundo. Y cuando el de las cinco y media bajaba por el guargüero, me preguntó "Mechas": -José, ¿falta mucho para las seis?
Yo no quiero ver a mi amigo Guillermo Correa Correa, "Mechas", perdido en las nebulosas seniles. Prefiero conservar intactos los recuerdos de su chispa e ingenio.
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