La ilusión de todo ser humano es llegar a degustar las mieles del triunfo, deseo que se convierte para muchos en una obsesión, en una forma de entender la vida y en una razón de la existencia, o mejor, de la permanencia en la vida.
Los 1.228 participantes extranjeros que asistieron en Bogotá a la macrorrueda de negocios de Proexport, al ser consultados sobre su interés en el evento, coinciden en que vienen en busca de los productos que ofrezcan innovación, es decir, aquellos que tengan clarísimos elementos diferenciadores en calidad, diseño, funcionalidad y satisfacción de necesidades no cubiertas.
Se trata de un chip que hay que inculcar en la mente de cada individuo desde el hogar, para robustecerlo en el colegio, en la universidad y desde luego en el escenario laboral.
Quien se dedica a producir lo corriente, lo que ya existe, lo que no es posible diferenciar de los demás, está condenado al fracaso. Hoy los consumidores tienen muy afinado el gusto y muy despierta la ansiedad, y la abundante publicidad que ofrecen los medios modernos de comunicación, permite mantener informada a cualquier persona sobre las tendencias, sobre las oportunidades de la tecnología, sobre las nuevas formas y diseños, y esa hiperactividad de la imaginación lleva a exigir transformaciones permanentes y contundentes, sobre las cuales se vuelcan las preferencias, traducidas en los compradores.
Este mundo ya no es de los románticos, ni de las fidelidades de marca, ni de las ataduras conceptuales: El que está en condiciones de ofrecer algo mejor y más eficiente, es el que está en capacidad de atraer el gusto y de definir la compra.
Grandes marcas en el mundo han desaparecido frente a una arremetida superior de un competidor creativo, que supo transformar materiales, que acertó en diseños, que mejoró usos y utilidades, y que fue capaz de crear nuevos instrumentos de atracción.
Nuestra industria está quedada en crecimiento, con desempeños pobres frente al resto de los sectores productivos, situación que se refleja también en el panorama de las exportaciones, a pesar de que se han celebrado toda clase de tratados de libre comercio, con Estados Unidos, Europa, Asia y los demás países de América. La respuesta es sencilla: No tenemos capacidad innovadora y hay que generarla, estimularla y convertirla en un factor determinante en los sistemas de producción. Cuando los resultados aparezcan, los compradores estarán ahí, y si la innovación se repotencia todos los días, esos mismos compradores estarán dispuestos a permanecer en la opción de compra.
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