Luis F. Molina


La desconfianza que tenemos muchos ante la política y la diplomacia no es gratuita. Simplemente nos adecuamos a entender el mundo como un gran fortín de mentira, hipocresía y epístolas repletas de “reclamos airados”. Tan inconsecuentes que en la política se sonríe sin necesidad y se habla sin pensar.
La semana pasada, luego de la noticia del deceso tranquilo de Nelson Mandela, recordé que la política internacional está cimentada en basura y finas argucias. Casi todo el mundo se sumó en una voz disimulada de luto y duelo por la muerte de uno de los pocos líderes genuinos que tuvo la sociedad y el mundo del siglo pasado.
Mandela solamente disfrutó de buenos tratos en los últimos años de su vida. Por casi cincuenta años de su lucha, la comunidad internacional de occidente le vio como un peligroso componente del comunismo y un agitador del orden previamente establecido por las élites en Norteamérica y Europa occidental.
Por ejemplo, el presidente Obama en su fugaz discurso del jueves pasado, lamentó la desaparición de ‘Madiba’, alguien que luchó por los derechos de los más débiles ante la ley. No obstante, olvida él que gran parte del desprestigio de Mandela lo causó su país. En cualquier momento, alguna de sus intervenciones públicas en Pretoria o Johannesburgo se podía convertir en la fuente de las críticas más fuertes, palabras que terminarían por ser plenamente malinterpretadas.
Es más, posiblemente, las definiciones de libertad que tenían Ronald Reagan y Nelson Mandela eran indefectiblemente diferentes. Reagan, desde su poderosa posición de presidente de Estados Unidos en los años más delicados de la Guerra Fría, se encargó de cuestionar los métodos de Mandela, cuando este sostenía una alianza con Moscú para darle fuerza a su movimiento civil y político el Congreso Nacional Africano.
Y es que la política no mantiene coherencia por ningún ángulo. Los soviéticos, que tanto reprimieron a sus propios ciudadanos, colaboraban a un país africano —lleno de riqueza y desigualdad— a superar uno de sus problemas más vergonzosos: el racismo desmedido y discriminatorio. Luego, al movimiento de Mandela varias voces estadounidenses y europeas se unieron para lograr debilitar las relaciones con la Unión Soviética.
En cualquier ocasión, el utilitarismo político era el truco más fino para explorar estrategias de control gubernativo y geográfico… Y todavía lo es.
Para Reagan, en realidad, era prioridad honrar la ‘vasta’ ayuda de Sudáfrica durante las guerras de EE.UU. en el siglo XX. Por ello, siempre mostró su apoyo al gobierno de Sudáfrica de la primera mitad de la década de 1980 (Marais Viljoen era entonces presidente). En 1981, el mismo Ronald Reagan le dijo al programa “60 Minutes” de la cadena CBS: “¿Podemos abandonar un país que ha estado con nosotros en cada guerra en la que hemos luchado, un país que es esencial para el mundo libre?”
De hecho, hasta 2008 Estados Unidos tuvo el nombre “Nelson Mandela” en la lista internacional de terroristas, que, a su propia lectura, era un peligro para el desarrollo del orbe y sus intereses. La génesis del concepto de Mandela como “terrorista” sucedió durante el gobierno Reagan.
Y ahora cualquier persona se puede preguntar: ¿con qué criterios algunos expresidentes de EE.UU. que aún viven (Bill Clinton y George W. Bush) pudieron acompañar la delegación de ese país al funeral público de Mandela cuando por años mantuvieron en su gobierno un veto absurdo a Sudáfrica y al mismo Mandela? ¿Cómo es posible tanto cinismo? Ambas respuestas se resumen en política y diplomacia.
Semejante historia no es exclusiva de los mandatarios estadounidenses. Varios países se negaban a aceptar el cambio en el supuesto orden mundial; Mandela solamente cumplía la función de un revoltoso de tránsito que podía poner sus planes en un ligero peligro, razón por la cual solamente le apoyaron cuando no había otra opción de respaldo social y político.
Por eso, la pantomima de tantos líderes mundiales ante la muerte de uno de los más grandes sudafricanos debe ser el dolor más grande que pueden sentir aquellos que vivieron todos los días las desgracias del apartheid, la segunda prueba más impresionante de ese siglo de lo obtuso y lerdo que es el ser humano.
¡Qué criterio! y ¡qué cinismo!
En Twitter: @luisfmolina
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