Jorge Alberto Gutierrez


Recibí una expresiva invitación para asistir al homenaje que el Congreso de la República ofrecerá en Manizales, en honor de Elvira Escobar Newman de Restrepo, el lunes último de este mes de octubre de 2013, como reconocimiento a su pródiga labor en favor de la educación y la cultura, ejercida con el más riguroso cumplimiento de un deber voluntario, que se ha impuesto desde el día ya casi remoto en que llegó a Manizales procedente de Barranquilla, luego de vivir en Bogotá junto a sus padres y hermanos.
Le debemos a su trabajo que las actividades culturales más representativas de la capital de Caldas, esenciales para la formación de una ciudadanía comprometida con la construcción de la ciudad, hagan parte activa de la cotidianidad civilizada de los manizaleños y de los que llegan aquí expresamente a deleitarse con el rico acervo que hemos construido. Por ella ha sido posible que durante muchos años hayamos presenciado desde la ambición desmedida de Lady Macbeth que hace de la traición su estrategia para alcanzar el trono de Escocia, pasando por las fanfarrias festivas de un circo en su carpa, hasta la Celestina que nos mantuvo en vilo en el Teatro de Los Fundadores ante una exuberante puesta en escena, mientras participamos de un Festival de Teatro que anualmente pone a la ciudad ante los ojos más educados del mundo, y que pese a las vicisitudes que atraviesa la cultura en este país y muy en particular en las ciudades de provincia, convoque a los directores y actores más renombrados del momento, que con su repertorio sin fin han ido formando año por año a un público que acude sediento a los escenarios y plateas y gallineros y espacios públicos que ofrecemos generosamente aquí en la ciudad.
Si el Museo de Arte de Caldas cuenta con obras tan importantes como una pintura de Andrés de Santamaría, esculturas de Eduardo Ramírez Villamizar, serigrafías de Enrique Grau, parte de la colección de artes plásticas del extinto Banco Cafetero, entre muchas otras que no es del caso nombrar en este escrito, que además tenga en custodia los planos arquitectónicos del concurso realizado en 1926 para seleccionar los que por su audacia, sirvieron de modelo para la catedral de la ciudad, y que hoy tenga la posibilidad de una sede propia, concebida de acuerdo con las exigencias museográficas de mayor actualidad, diseñada por arquitectos convocados por el Banco de la República (una fantasía saboreada por largos años a pesar de la frustración periódica asociada al calendario político, pues muchos de los últimos gobiernos han prometido en campaña, una sede para albergar el rico patrimonio que se ha ido formando para el enriquecimiento y deleite de hoy y del futuro) se debe en gran parte a los esfuerzos de Elvira Escobar, motivados por su fe en Manizales, su admiración por la arquitectura del centro urbano, y a un alma que como dicen por ahí, no le cabe en el cuerpo.
La Oda a la Alegría de Schiller musicalizada por Beethoven en la Novena Sinfonía, o el teatro lleno hasta las banderas en la presentación reciente de la Carmina Burana, interpretadas por la Orquesta Sinfónica de Caldas, que siempre parece estar haciendo agua por todas partes, una especie de naufragio que se conjura siempre en el último momento porque esa “fe que mueve montañas” liderada por el paciente y cotidiano trabajo de Elvira Escobar, lo vuelven a poner a flote. Un nuevo aire producto de la capacidad y el saber trabajar en equipo, por el mero placer de hacerlo bien y por una profunda convicción de que la cultura en toda su dimensión, es la experiencia humana de mayor trascendencia en la vida de una persona.
O la Orquesta de Cámara de Caldas que deambula con su música por los pueblos y veredas del Departamento. Una vez en la vereda La Garrucha, allá por el alto de Lisboa, en el presbiterio de una iglesia de la colonización, mientras el director de la orquesta invitaba a los lugareños a que acariciaran el trombón o la viola, o jugaran también a directores moviendo rítmicamente las manos al compás de una partitura de Bach, oí exclamar a algunos de ellos que se sentían en el día más feliz de su vida. Detrás de aquella experiencia estaba otra vez la mano de Elvira Escobar que aún sin saber de esta anécdota, sigue prodigando con su trabajo montones de felicidad, en un todo recíproca con la calidez de nosotros los nativos, que ella dice la ha impactado en grado sumo desde el momento mismo en que llegó a la ciudad.
Hace parte de la junta directiva de la fundación Rafael Pombo concibiendo programas para fomentar la “alegría de leer” o desarrollar el sentido musical en los niños y junto con un grupo de prohombres hace parte del Consejo Directivo de la Universidad Autónoma que empezó a funcionar y aún lo hace en la antigua estación del Ferrocarril de Caldas, en un sector conocido como el Zacatín, puerto de embarque del cable aéreo a los pueblos del norte y donde hoy miles de estudiantes se reciben en distintas profesiones para contribuir con su conocimiento al desarrollo del país.
Manizales le debe todo esto y mucho más, por eso propongo que nos pongamos todos de pie para ovacionar a Elvira Escobar Newman de Restrepo, que con su esfuerzo y trabajo ha hecho que mantengamos la fe en el futuro y por supuesto en nosotros mismos, porque “nada hay de lo verdaderamente humano que no tenga resonancia en su corazón”.
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