Camilo Vallejo


El "barril sin fondo", el "hoyo negro", la "obra faraónica", el "elefante blanco": eufemismos que usamos para poder hablar sin revelar mucho. Expresiones que repetimos y reproducimos para decir algo sin decir nada. En últimas, palabras tramposas para hablar de Aerocafé evitando los detalles y para ahorrar tiempo al contar lo que pasó y así poder seguir adelante cuanto antes.
En la columna anterior -del 27 de marzo-, propuse que una forma de curarnos de la corrupción era poder hablar de ella con nombres propios. No tanto porque se piense que condenar a los responsables sea una solución, sino porque se trata de un acto indispensable al dejarnos de abstracciones y sugerencias, y construir memoria de nuestra historia de horror.
Ya hemos dicho que hacer memoria de nuestra corrupción, tal y como fue, de manera pública y común, y no en medio del chisme y del secreto, permite que reconstruyamos las fronteras éticas que definirán lo que no se debe repetir, pero además hace que nazca en nosotros un sentimiento de vergüenza -como sociedad que ha elegido a estos dirigentes y como comunidad que acostumbra mirar para otro lado cuando le conviene-.
Sin embargo, lo que ha estado sucediendo en los últimos días con el caso de Aerocafé, ha dejado ver otra muralla que muy a nuestro estilo hemos construido para impedir que recordemos la corrupción. Se trata de ese discurso desarrollista que, al exigirnos la urgencia de la competitividad, pone un velo sobre cualquier otra realidad y a la fuerza le impone una esperanza inamovible a la frustración. Se trata de un afán por levantarse, después de haber caído, solo para seguir hacia adelante sin tener que revisar las piedras con las que tropezamos.
Este tiempo propicio para hacer memoria de la corrupción, debe aprovecharse no solo con la necesidad de los nombres propios sino con la exigencia de que la urgencia por levantarnos no nos quite la oportunidad de revisar las piedras que nos hicieron caer.
Nos dicen que Aerocafé tiene solución y preocupa que pocos intentemos revisar lo ocurrido hasta hoy. Se nos hablará del porvenir que debe unirnos, de la gran región que seremos, pero seguro no se hablará del camino turbio que nos trajo hasta acá. Intentarán estigmatizar a quien quiera hablar del pasado de Aerocafé, tratándolo de enemigo del progreso de la región, de resentido que nos hace quedar mal solo porque generaliza y exagera para hacerse propaganda.
Ese sería un panorama desalentador; puede que así se garantice un futuro, pero será uno igualito. Creer que hay que callar sobre el pasado para no truncar el futuro, en este caso sería asumir que una sociedad desarrollada es aquella que puede recibir y despachar aviones con comodidad, y no aquella que es capaz de examinarse y cambiar.
Hay que decir que llevamos un pasado a cuestas: se invirtieron 180 mil millones de los que poco sabemos. Dos terraplenes, el 4 y el 9, se desmoronaron porque los estudios deficientes no previeron lo que para la Contraloría era previsible: unas inadecuadas condiciones del suelo. Los contratistas e interventores parece que montaron un carrusel y, lo que es más grave, el Gobierno Nacional dejó de creernos y ahora nos toca volver a cortejarlo. No hemos podido con los proyectos de nuestros abuelos.
Decir ahora que hemos encontrado una solución debe alegrarnos, pero no desmemoriarnos. Podemos creer que son solución es la construcción por fases, la pista más corta (de 1.400 metros en la primera fase) o el giro de su trayecto, pero también debemos saber que esas fueron las salidas que nos quedaron. Son soluciones, qué bueno, pero son consecuencias y efectos de lo que pasó, y pudimos evitarlo.
Hagamos memoria de Aerocafé. Ya aceptamos que tropezamos pero no olvidemos revisar por qué fue. Preguntemos por lo que pasó y si volveremos a hacer lo mismo. Que nos respondan lo que está sin responder. Que el optimismo, o la obligación impuesta de no hablar de lo malo, no enmudezcan las investigaciones contra los implicados ni las inconformidades frente a los dirigentes con responsabilidad política.
Hablemos del pasado para que el presente, lleno de soluciones, se transforme desde una nueva sociedad y no desde la simple construcción de una obra. La memoria de la corrupción será la mejor guía de planeación en los proyectos por llegar. Que el discurso del progreso no nos arrastre hasta ponernos a pensar en lo que tenemos que hacer y no en lo que debemos ser.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015