Andrés Hurtado


Regresamos tarde del Lago Titicaca y al día siguiente el 'recojo' fue muy temprano porque el plan era exigente: visitar Sillustani y Juli, dos lugares distantes que merecían, cada uno, visita larga y detenida. En el Perú y Bolivia utilizan el sustantivo 'recojo' para designar, entre otras cosas, el hecho de recoger a los turistas en el hotel o en el aeropuerto, o el hecho del "recojo de la basura" o el "recojo de información". En los aeropuertos se lee: "recojo de maletas".
A unos 30 kilómetros de Puno se encuentra una de las necrópolis más grandes del mundo, la de Sillustani, cuyas tumbas, unas 90 en total, se encuentran diseminadas en 150 hectáreas. El lugar, si se me permite calificarlo así, es de belleza desolada o de una desolación bellísima y se encuentra en una península de la laguna Umayo. Aquí se asentaron los Pukaras hacia el año 1500 antes de Cristo. Luego vendrían, lejos en el tiempo, hacia el año 1200 después de Cristo, los Kollas y posteriormente hacia 1300, los Incas. Las tumbas, llamadas chulpas, parecen torres de ajedrez y son más anchas en la parte alta que en la base. De esta manera son un desafío a las leyes de la gravedad. Las tumbas se observan desde larga distancia, ubicadas como están en una colina a 3.900 metros sobre el nivel del mar. Algunas están medio destruidas y otras sorprendentemente intactas a pesar de tantos años, y calamidades que han debido soportar.
Lo primero que llama la atención es que la puerta de entrada a las tumbas es muy baja y no se entiende cómo pudieron introducir por allí el fardo. El muerto era embalsamado en forma de feto y enterrado con objetos de oro y plata y con artesanías y comida, para el viaje a la eternidad. Los arqueólogos creen que primero se introducía el fardo y luego se cerraba la tumba. Esto explicaría la pequeñez de las puertas de entrada. Sillustani significa "resbaladero de uña", según algunos. Otros lo traducen como "forma de uña". Y todos lo interpretan como que la unión de las piedras es tan perfecta y sin argamasa, que no permite introducir una uña, un alfiler o una cuchilla de afeitar entre piedra y piedra. Este sistema de construcciones, considerado el súmmum de la técnica, era típico de los Incas. Las torres más altas rebasan los 12 metros, como la llamada del Lagarto, porque tiene grabadas en relieve figuras de este saurio. La necrópolis tiene una placita ceremonial. En una isla de la laguna Umayo hay una población de 70 vicuñas.
Al regresar a Puno nos detuvimos en varias pequeñas fincas de campesinos que viven de una manera muy elemental y conservan todavía muchas costumbres de los Incas en lo referente a la vestimenta y a la alimentación. Los muros de las construcciones son en tierra apisonada y el conjunto que es cerrado para defenderse mejor del frío de la puna, nos trajo a la memoria las fincas de Boyacá. Toda la región se encuentra sobre los 3.000 metros sobre el nivel del mar.
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El lugar, si se me permite calificarlo así, es de belleza desolada o de una desolación bellísima y se encuentra en una península de la laguna Umayo.
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