Jorge Raad


Decenas de miles de aspirantes a realizar estudios médicos se quedan cada año sin la oportunidad de ingresar a una universidad que les permita cumplir con sus íntimos deseos, en una disciplina que debe ser observada desde diferentes ángulos, tanto por la sociedad como por los que serán actores de primer orden en la búsqueda de la salud de sus semejantes, quienes les confiarán el bienestar completo de su cuerpo, su mente y su espíritu, si se permite universalizar el término en una época en la que solo importa lo tangible.
Al terminar sus estudios serán, en primer lugar, médicos generales, una denominación que ha caído en minusvalía porque supuestamente representa una medicina de calidad mínima. Falso. Es una equivocación absurda de los ministerios de Educación y Salud tratar de disminuir las competencias de un profesional que ha invertido entre seis y siete años de estudios y práctica para lograr la autorización para ejercer medicina.
En el constreñimiento de un médico las universidades han sido copartícipes del mal, al no tratar o no lograr imponer sus autónomas decisiones de enseñar libremente lo que consideren fundamental para el ejercicio de una profesión que debe seguir siendo libre en cuanto a atender las necesidades de la comunidad. Tanto es así, que en todos los órdenes se impone y respeta la Lex artis, o dicho de otra manera el estado del arte, que en este caso incluye la ciencia y la técnica en la práctica médica.
Vuelve a aparecer, enunciado por maestros de gran alcurnia, el concepto de Medicina Familiar, como la solución a las deficiencias de los médicos egresados luego de la promulgación de la Ley 100 de 1993. Craso error. La medicina familiar fue esgrimida como una especialización al menos 20 años antes de 1990. Lo que deben buscar las universidades, con todo el ahínco de sus programas y procedimientos formativos, es la consolidación del médico general, que si es bueno, ¡vaya una encrucijada con esta definición!, como lo tildan en todos los rincones del planeta, es capaz de atender el 90% de los aspectos médicos primarios y esenciales de una familia, con absoluta competencia.
Varios problemas inciden en el médico recién egresado: la limitación inconsecuente a su ejercicio, tanto por las Entidades Promotoras de Salud, así como muy especialmente por las Instituciones Prestadoras de Servicios de Salud, llámense clínicas, hospitales o se identifiquen con otra denominación. Evidentemente hay que respetar los niveles de atención de las instituciones y cada uno ha sido asignado siguiendo los requisitos impuestos por la Ley 10 de 1990, pero se ha llegado a una minimización sin coherencia dentro de una buena red de servicios. Se ha perdido la remisión y contra remisión de pacientes en forma oportuna y no se ha logrado toda la calidad indispensable.
Otro aspecto es el desplazamiento de los médicos generales por los especialistas, debido a factores atribuibles a una conjunción de hechos que hacen que finalmente la sociedad solicite especialistas en lugar de médicos generales, lo que ha conducido en parte a la escasez de los especialistas. Se ha invertido la pirámide de la atención, lo que no permite una asistencia integral dada por los médicos generales e ir derivando, si es necesario, hacía los especialistas cada paciente con su enfermedad. Y ni expresar lo que está aconteciendo en las prácticas de los estudiantes y en el mal llamado Servicio Social Obligatorio, en donde hay muchas fallas frente al paciente.
Las universidades deben mantener la esencia caracterizada de los estudios médicos, es decir: Formar un médico independiente, pero con los mínimos que requiere en la actualidad el Sistema de Salud. Un médico general debe ser universal, que puede ir más allá de las simplezas del ejercicio a las cuales lo están sujetando. Cierto e imprescindible, debe ajustarse a la pericia, prudencia y diligencia que requiere su paciente.
Nota: Injusto que pasen los días y las soluciones al Hospital o Clínica Universitaria, esté quedando de lado.
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