Andrés Hurtado


La entrada a la Cueva del Hoyo es un arrastre total en barro, así que llegamos al fondo de la caverna como si nos hubieran arrojado en una enorme olla llena de cieno. Quedamos "todos de barro hasta los pies vestidos", si así se puede decir, glosando al poeta.
La cueva es gigantesca, tiene 11 túneles y galerías. Lo primero que alumbraron las linternas fue un bichito extraño, parecido a una araña, aplastado y con unas patas enormes. Es un artrópodo, arácnido y amblipígido. Se trata de un arácnido que solo puede vivir en la oscuridad y de preferencia en cuevas. Su cuerpo puede medir 5 centímetros y el par de patas delanteras en algunas especies alcanza los 30 centímetros; es pues una especie de monstruo, pero totalmente inofensivo, no tiene veneno. Existen unas 140 especies de este animalito. Tiene muchos nombres comunes, la mayoría hacen referencia a su parecido con las arañas y los escorpiones. Le dicen: alacrán rey, araña corazón, tendarapo, madre de alacrán y araña estrella. Pone unos 60 huevos y cuando eclosionan las crías se suben al abdomen de la madre y allí permanecen un tiempo, exactamente como ocurre con los escorpiones.
Son hidrófilos, lo que quiere decir que no pueden vivir lejos del agua y en ambientes secos se mueren. Otro nombre para distinguirlos es Pocock, nombre que recuerda a Reginald Innes Pocock, entomólogo y ornitólogo inglés, autoridad mundial en arácnidos y miriápodos y que murió en 1947.
En esta cueva gozamos mirando y fotografiando estalactitas y estalagmitas, conservadas intactas y en período de constante formación.
Por boca de los funcionarios vine a conocer una palabra nueva, la que designa a la estructura completa, que se forma cuando la estalactita y la estalagmita se unen. La palabra es estalagnata. El color de las estatalactitas y las estalagmitas es blanco, muy blanco y también amarillo. El goteo constante ha formado desde esbeltas y estilizadas estalagnatas hasta estructuras muy voluminosas y bellas.
Nos propusimos fotografiar la gota de agua que se va formando en la estalactita y que cae, logrando al fin la foto de la gota en el aire. No fue nada fácil. Tardamos por lo menos una hora en el intento. En la gota fotografiada en el aire se refleja parte del entorno de la cueva.
En algunos lugares el fenómeno calcáreo ha producido puertas y muchas extrañas figuras, hermosas, totalmente blancas.
La salida de la cueva fue otro arrastre vertical en el barro. Y esa noche, la última, Rosendo nos volvió a emocionar cantando pasillos, bambucos y su fuerte, las guabinas.
El camino de regreso a "la civilización" nos deparó las mismas emociones del camino de entrada. El sendero espléndido entre matas de orquídeas, helechos y quiches, a la sombra de los robles colombianos, los "Colombobalanus excelsa", nos revivió todas las emociones de la semana que vivimos en el Parque. Y al salir de la larga subida y entrar al plan de la carretera invasiva, en un barranco le gastamos tiempo y muchas fotografías a un insecto extraño, todo lleno él de pelos y apéndices; nunca habíamos visto un bichito así.
El Parque de la Cueva de los Guácharos queda atrás con el recuerdo de haber vivido en un territorio virgen, lleno de vida y atendidos por los funcionarios del Sistema de Parques Nacionales Naturales de Colombia.
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