José Jaramillo


Don Agapito Castillo, "el hermano Agapito", como se le reconoce en un lugar de la campiña vallecaucana, es un buen señor que descubrió cualquier día que entre sus manos y un chorro de agua que cae en su finca, en hermosa cascada, había una alianza curativa prodigiosa. Comenzó a difundir la idea y los pacientes no se hicieron esperar, y se han multiplicado como peces y panes evangélicos. Ahora, el lugar donde el curandero vive con su mujer es objeto de una romería constante, de gentes afectadas por una u otra dolencia, que acuden a que Agapito toque sus cabezas, las bendiga y derrame sobre ellas el agua del manantial prodigioso, terapia con la cual muchos enfermos se han curado. Milagros de la fe, que no solo mueve montañas sino que extirpa tumores, limpia sarnas y eccemas, restablece órganos atrofiados, endereza torceduras, devuelve visiones perdidas y abre oídos tapados, además de corregir deformidades y parar tullidos. Basta con que Agapito (eso dicen las noticias que están circulando) mire al paciente con ojos de piedad (como miran los perros al amo a la hora del almuerzo), ponga sus manos sobre la parte afectada y derrame sobre el sujeto agua del manantial prodigioso, o se la dé a tomar en un vasito desechable (eso depende de la sintomatología del mal), ¡y listo! Eso sí (condiciona Agapito), nada de medicina convencional, de remedios de droguería ni de procedimientos quirúrgicos, porque ese choque de terapias neutraliza los milagrosos efectos curativos de su tratamiento.
Ante la popularidad del hermano Agapito, y seguramente de los buenos resultados económicos de sus curaciones, no se han hecho esperar las autoridades civiles y eclesiásticas, las primeras para evaluar las bondades del agua que presenta el "milagroso" como prodigiosa, lo cual están evaluando geólogos oficiales, que han tomado muestras, que prueban tímidamente, apenas metiendo en el frasco la punta de la lengua, para después hacer en el laboratorio el estudio completo, y establecer qué componentes especiales pueda tener esa agua, como para producir curaciones múltiples. Es decir, servir lo mismo para curar un quiste en los ovarios, un aneurisma cerebral, una úlcera gástrica, una osteoporosis avanzada, una desviación de la columna vertebral, un cáncer de próstata o un empendejamiento crónico, que es como llama la gente al mal de alzhéimer o a la demencia senil, que son la misma cosa, entre otros males.
La iglesia, por su parte, celosa como es de la competencia desleal en la intermediación divina, analiza los procedimientos del hermano Agapito, los pases teatrales de sus manos, las invocaciones a santos diversos, de acuerdo con el paciente y con el mal que lo aqueja; la intensidad del chorro de agua que derrama sobre la parte afectada, o la cantidad que le da a beber al paciente; los testimonios de los romeros, a la salida de la finca de Agapito, y unos días después, para hacerle el seguimiento al prodigio.
Mientras tanto Agapito y su mujer recaudan las donaciones "voluntarias" de los peregrinos, acogidos a la vieja máxima: "Se acaba primero la aguamasa que los marranos".
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