Luis F. Molina


Terror. Según el diccionario de la Real Academia Española este vocablo permanece para significar un miedo muy intenso. La realidad indica que el terror se volvió la carta de los gobiernos para ejercer la mayor presión posible sobre la sociedad a través de su punto más débil; el miedo. Son muy pocas las personas que logran mantener sus actividades en completa normalidad cuando se encuentran bajo condiciones intensas de miedo y es natural, dentro del ser, hacer lo que sea necesario para evitar momentos como estos.
La semana pasada, el Departamento de Estado de Estados Unidos formuló una precaución a sus ciudadanos para que eviten viajar a más de 20 países alrededor del mundo, en especial, al Oriente Medio y el norte de África. No es la primera vez que informan a sus ciudadanos sobre posibles ataques, sino que también se repite la historia de concepción de miedo a toda la comunidad internacional que igualmente recibe sus recomendaciones de supuesta inseguridad antiterrorista.
El domingo pasado, el presidente de EE.UU., Barack H. Obama cumplió 52 años de vida. Ya lleva cuatro de ellos viviendo en la Casa Blanca. Dentro de su discurso como comandante en jefe de las fuerzas militares de su país está el debilitamiento de Al-Qaeda, grupo extremista al cual se le sindicó la autoría y la determinación de los ataques del martes 11 de septiembre de 2001.
Bajo su administración se dio de baja a Osama Bin Laden, reconocido jefe de la organización extremista. Nunca se conocieron fotos convincentes del proceso y tampoco muchos detalles aparte de los provistos por el mismo gobierno. Sin embargo, jamás se volvió a saber de él. En mayo 1 de 2011, fecha de la operación para dar de baja a Bin Laden, Obama se dirigió a su país asegurando que el fin de Al-Qaeda estaría cerca y que las amenazas de este grupo a la seguridad mundial ya serían cosa de un pasado.
No obstante, la realidad es distinta. Hace un par de meses la política internacional de EE.UU. es un gran desorden cuando, justamente, se creía lo contrario. Luego de que el excontratista de la CIA y exagente de la NSA, Edward Snowden dejara al descubierto actividades clasificadas de la inteligencia norteamericana, la administración estadounidense no ha podido reencontrarse con el cauce correcto. Snowden recibió asilo en Rusia, donde permanece hace unas semanas, movimiento político que permitió al gobierno ruso mostrarle al mundo que la influencia internacional de EE.UU. encontró límite.
La reacción de la Casa Blanca fue dejar en veremos la cumbre entre Moscú y Washington prevista para septiembre próximo. También, desde el Departamento de Estado se hicieron pronunciamientos en los cuales se dejaba en claro que la seguridad nacional de los Estados Unidos quedaba en jaque.
Lo más curioso es que apenas unos días después de los señalamientos de importantes funcionarios del poder público estadounidense, se dé la alerta y el cierre de 22 embajadas en Medio Oriente y en otras capitales del orbe bajo el concepto de una alerta terrorista contra Estados Unidos y occidente, tal como ellos lo anuncian.
Aunque la intención del gobierno pueda inducir a la revisión de relaciones internacionales, su propósito puede ser crear un imaginario de protección nacional a todo costo, como ocurrió en los años en los cuales el terror se apoderó de las mentes de los norteamericanos y los ciudadanos del mundo. La idea puede radicar en el uso todos los medios posibles para estar protegidos y voltear la carga del escándalo en razón de la muy predicada seguridad nacional. En síntesis, es poner a personajes como Bradley Manning y Edward Snowden en el lado pernicioso de la situación después de sus filtraciones a favor de la libertad de información.
Es más, sólo basta recordar que hasta hace unos años la banda inferior de noticias o ticker del canal FOX News tenía un aviso que siempre decía: “Alerta de Terror: Elevada”.
No con ello se debe indicar que no puedan ocurrir ataques a las instalaciones diplomáticas de Estados Unidos en varios países, como se registró en Bengasi, Libia o que se conozcan planes para atacar países aliados de EE.UU. como en 2006 cuando supuestamente grupos extremistas preveían hostigar o explotar aviones ingleses mientras estos cumplían su ruta de vuelo.
Tampoco se pueden desconocer la distancia y tensión existentes por el yihad y la participación de Estados Unidos en el mismo. Lo único válido es que por varios meses la palabra ‘terror’ volverá a estar en boca de todos, irreflexivamente como un arma psicológica para prevenir un fenómeno del cual se conoce su existencia y efectos, pero cuyos móviles posiblemente no existan más allá de informes diplomáticos y de inteligencia.
De todas maneras, la misma cultura del secretismo nos hace obrar a ciegas; con miedo de caernos y depositando nuestra confianza en todo lo que diga el Gran Hermano, sea verosímil o no.
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