Fernando Londoño


Cada Gobierno pasa a la historia con su signo distintivo, su característica esencial, su impronta indeleble. El de César Gaviria tiene su referencia obligada, su medida moral, su huella digital en la Cárcel de la Catedral; el de Ernesto Samper será hasta el fin de los tiempos el del proceso 8.000, cuando la mafia se instaló en el Palacio de los presidentes; Andrés Pastrana llevará a cuestas para siempre la claudicación del Caguán; el de Álvaro Uribe será reconocido como el Gobierno de los tres huevitos, el de la seguridad, el de la confianza inversionista que aún nos mantiene vivos, y el de la inclusión social que también se rompió en mil pedazos; y el actual, que llamarán las próximas generaciones, con inocultable tono de pesadumbre y de ironía, como el Gobierno del "nunca antes".
Nunca antes trocó un Gobierno una banda desastrada de fugitivos delincuentes en un Ejército vencedor, con tribuna ante el mundo, con reconocimiento político y con capacidad para discutir, de igual a igual con la sociedad ofendida, el destino de Colombia.
Nunca antes fue tan lamentable la justicia colombiana, ni tan corto su prestigio, ni tan menguadas sus ejecutorias. Para transformarla, "como nunca antes", Santos apeló al truco de una reforma, que el país descubrió a tiempo, para declararla como lo que era, desvergonzada y detestable. Pues no tuvo empacho el presidente en mandarla a la Corte Constitucional esa hija suya, con prueba inconfundible de ADN, con objeción de inconveniencia.
Nunca antes padecimos un problema tan vergonzoso de hacinamiento y desorden carcelario. La solución ya fue y volvió: las mega cárceles. Pagamos cualquier precio al que nos muestre una, o un lote para construirla o un peso disponible, o un diseño para empezarla.
Nunca antes fue tan agudo el retraso que tenemos en infraestructura. Más paciencia. Porque como nunca antes están listos los proyectos que valdrán billones. Pero como no hay nada, el presidente ha dicho que se pasó tres años arreglando la casa y que ahora sí, "cosa es de volverse loco", empezarán las licitaciones. En suma, no hay un kilómetro de carretera, no hay un puerto, no hay un túnel ni un puente ideado, planeado o contratado por este Gobierno.
Nunca antes fue tan precariamente atendida la salud de los colombianos. Las colas de la gente que se muere a las puertas de los hospitales esperando atención o trato humanitario son interminables y crecientes. En tres años no se ha construido un hospital, ni se ha transformado una clínica, ni se ha mejorado un sistema de urgencia. Pero tranquilos. Como nunca antes, se ha diseñado una Ley estatutaria y una ordinaria que les darán vida a los enfermos, socorro a los desvalidos, atención a todos.
El Seguro Social no manejaba bien el dramático tema de las pensiones. Pero este Gobierno demostró que no hay situación que no sea susceptible de empeorar. Colpensiones logró el milagro: más de doscientas mil tutelas de los más infelices de Colombia lo demuestran. Nos quedamos cortos. Los más infelices no tienen cómo redactar una tutela.
Como nunca antes la industria se desplomó durante 18 meses consecutivos; nunca antes se han juntado todos los productores del campo para defender con una huelga su derecho a la supervivencia; nunca antes se bloquearon carreteras y quedaron secuestradas poblaciones enteras, víctimas del abandono y del mal trato.
Pero este cuadro de espanto tiene su contra cara. Porque nunca antes creció la burocracia dorada de las agencias, las consejerías, los consultores. Nunca antes se despilfarró tanto dinero público en toda clase de reuniones inútiles, de embajadas sin sentido, de boato escandaloso y ofensivo.
Y nunca antes, un Gobierno fue más corrupto, manteniendo unida su mesa a punta de mermelada, el nuevo nombre de las monedas de Judas. Y nunca antes la prensa fue más dócil ni complaciente, porque nunca antes pagaron tanto por su silencio o por sus ovaciones. En otro tiempo, eso se llamaba peculado. Ignoramos el nombre de ahora.
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