Luis F. Molina


Muchos han llorado en el mundo la muerte del ex primer ministro Ariel Sharón, quien ya afrontaba la crudeza de la enfermedad desde hace algunos años. Para unos, el declive en su salud pudo ser el curso normal de la vida, mientras que, para otros, una expresión del karma, si es que en ello se puede creer.
Sharón fue prácticamente un fanático, disfrazado bajo el manto del sionismo —en breves palabras, una forma de nacionalismo judío— que bajo su mano dura tomó partes del territorio palestino para convertirlo en israelí. Su filosofía se reducía a que el fin justificaba los medios y eso fue lo que lo tornó en un personaje malquisto del Medio Oriente.
Seguramente, su pasado como comandante militar le forjó aquel carácter irreductible, ese mismo que lo llevó finalmente a pasar por casi todos los puestos de gobierno del nuevo Estado de Israel. Libró cuantas guerras sucedieron entre 1948 y 2000 en la zona y se encargó de funcionar con murallas, violaciones a los DD.HH. y segregacionismo.
Uno de los aspectos más interesantes luego de la muerte de Sharón será la reformación del liderazgo del primer ministro Benjamín Netanyahu, quien fue cabeza del partido Likud, de corte ultranacionalista, cuando Sharón era primer ministro y bien podría ser su continuación, en especial, en las provocaciones geopolíticas internacionales. Sharón se retiró del Likud en 2005, para entrar a una partido de corte centrista, el Kadima.
Irónicamente, las intifadas (ataques militares de palestinos contra Israel para contrarrestar su expansionismo) le dieron la fuerza necesaria a Sharón para ocupar el puesto político más importante de Israel.
Eso sí, Sharón tenía gran apoyo durante sus días como primer ministro, mientras que, a Netanyahu le ha tocado lidiar actualmente con duras batallas políticas, incluso con aliados que en otrora se dieron por sentados en el lado israelí.
No obstante, uno de los elementos más sorprendentes son los mensajes de condolencia y lástima por la muerte del político israelí. Decenas de gobiernos lamentaron la desaparición de Sharón, cuando los mismos han rogado el cese de la violencia entre Israel y Palestina hipócritamente. Esas son las cosas típicas de la política, de las cuales resulta tan complicado acostumbrarse a aceptar la miseria ideológica de los líderes políticos y las desconocidas fronteras de su bobería administrativa.
Luego de su paso por el poder se puede hablar, con plena seguridad, de la doctrina Sharón, la misma encargada de defender bajo cualquier circunstancia el pensamiento del primer sionista político, Theodor Herlz. Ahora que Sharon se ha ido, que Palestina ya tiene espacios y respetos en la ONU —cosa que antes de caer en el coma era difícil de aceptar para Sharon— la distribución de la funcionalidad política israelí debe tomar una nueva fórmula. Pensar que los problemas se pueden resolver de la misma manera del siglo pasado es un credo más que errático.
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El domingo en la noche circulaba en la red una noticia que debe llenar de orgullo y admiración a la región andina. Perú lanzó al espacio su tercer satélite con el fin de recibir información que permita el desarrollo científico de varias universidades del país. Además, esta noticia es una más de la clara alianza que debe existir entre el Estado y la academia para financiar proyectos que permitan el avance tecnológico y social, partiendo del principio universal de la educación como base para una sociedad equilibrada y próspera.
Colombia sigue entre las últimas naciones en el desarrollo de tecnología espacial, dado que gran parte del presupuesto del país se va en una guerra sin fin, la corrupción y teorías políticas que jamás derivan algún resultado. Este y muchos otros aspectos demuestran el rezago de los ideales políticos colombianos, lo rudimentario de su alcance democrático y el desinterés en los desarrollos que pueden cooperar a construir un país con mayores oportunidades de progreso.
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