Álvaro Marín


La vida de los circos es demasiado seria y, en ocasiones, bastante trágica. Veamos: el trapecista estrella después de ejecutar un triple salto mortal falla al hacer el enganche previsto y cae al vacío, sin la fortuna de encontrar la malla protectora. En consecuencia, choca fatalmente contra la arena. Tras unos dramáticos instantes de estupor, su cuerpo inerte es retirado con gran presteza, vale decir, con la misma velocidad con la que otros utileros echan aserrín grueso sobre las marcas del fatídico accidente. Entonces, el maestro de ceremonia, con solemne frialdad, anuncia la salida de los payasos. Y todo, porque el espectáculo debe continuar.
Palabras más palabras menos, el mundo es gran circo bajo cuya carpa gigantesca se confabulan los protagonistas de la función, con un público que aplaude, ensimismado, el malabarismo heroico de los acróbatas y los artilugios de los domadores de las fieras debidamente amaestradas, el oropel de los vestidos ligeros de las artistas y el humor triste de los payasos viejos, las alucinantes luces multicolores y las estrellas marchitas sobre el escenario; la prestidigitación de los ilusionistas y las bandas de música con sus derrotadas marchas triunfales. En fin, éstos, son algunos de los componentes de un espectáculo tan antiguo como la misma humanidad, por lo que es tan complejo establecer cuál es el concepto original y cuál encarna la parodia histórica. Ésa es la cuestión, el dilema indescifrable o interminable, tal como ocurre entre el huevo (de Colón) y la gallina (de Uribe).
Con la idea de comprobar el peso demoledor que actualmente adquiere el auge desaforado del esnobismo, basta repasar los sucesos que concentran los titulares de la prensa y, por consiguiente, la atención colectiva. Descubrimos, entonces, que el foco de mayor interés gira alrededor del mundo deslumbrante de las candilejas. Dígalo, si no, la conmoción noticiosa que agita los medios de comunicación por cuenta de los flamantes protagonistas de la historia contemporánea, verbigracia: el ex Beatle Paul McCartney, Madonna, Sofía Vergara, Shakira (promotora de "la libertad de Ublime"), Messi, Falcao, Piqué y Chávez (con su historia clínica), para no citar sino algunas luminarias de la nueva trivialidad de la cultura universal, de la idolatría moderna.
Para no ir muy lejos, Mario Vargas Llosa acaba de lanzar en España su más reciente ensayo, "La civilización del espectáculo", donde advierte sobre la desaparición de la cultura en el sentido histórico y tradicional del vocablo. Sostiene que el pensamiento ha ido perdiendo peso, puesto que ahora priman las imágenes sobre las ideas y, más aún, debido a que la influencia que antes tenían los profesores, los pensadores y los teólogos, hoy por hoy, la ejercen las estrellas de la televisión y los grandes futbolistas. Entre otros avances del valeroso texto, Vargas Llosa puntualiza: "La banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad, hacen que en el campo de la información prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo. El intelectual solo interesa si sigue el juego de moda y se vuelve un bufón".
Lo que tal vez el Nobel peruano no logró advertir como atenuante, es que el artificio presuntuoso del espectáculo quizás sea el único condimento que hace llevadera una realidad cotidiana con vergonzosos índices de crueldad, violencia, corrupción, desigualdad, injusticia, drama y frustración.
Así las cosas, no resulta extraño que la pasada Cumbre de las Américas, celebrada en Cartagena, haya sido evaluada y medida con el rasero del resultado social, desde el punto de vista de la frivolidad anecdótica, a cambio de un balance objetivo sobre el beneficio social desde la óptica estrictamente humana y colectiva de los pueblos. Solo falta que un connotado analista de la farándula diga que el TLC entró prematuramente en vigencia como consecuencia de los desmanes de los gorilas de los servicios secretos gringos, dada la comercialización exitosa de cuartos traseros y pechugas de aventajadas trabajadoras sexuales colombianas. Y no olvidemos que el espectáculo debe continuar.
¡Enhorabuena, Manizales! Ojalá la apertura del espléndido y renovado Palacio de Justicia sea la extraordinaria punta de lanza para la recuperación de la dignidad y el decoro del pauperizado Centro Histórico de Manizales. Esperamos tener gobierno en la calle, aunque sea, en nuestra Calle Real.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015