Luis F. Gómez


Cada vez que Álvaro Uribe se pilla un gasto nuevo del gobierno, y en general del Estado, habla del Estado derrochón… y le duele cada peso. Seguramente en algunos casos tendrá mucha razón, cuando se trata de gastos superfluos o suntuarios. Pero la realidad es que el Estado colombiano tendrá que crecer bastante en los próximos años por la necesidad que hay de su presencia en todo el territorio nacional y para el mejoramiento de las instituciones ya existentes.
Leyendo un interesante artículo sobre globalización y mercados, se presentan las conclusiones de un estudio realizado a nivel mundial sobre el tamaño de los entes gubernamentales en distintos países. Y es conclusión muy clara: en aquellos países de mayores ingresos y con economías más fuertes gastan proporcionalmente más en su estructura. Y entre los grandes, hay una correlación muy directa entre el tamaño del aparato estatal y la exposición a mercados internacionales abiertos. En pocas palabras, para uno poder estar bien conectado con el resto del mundo debe dar seguridad jurídica y de reglamentación de sus mercados. Si hay esa seguridad es más probable que esa economía se inserte más fuertemente en el contexto internacional, y por lo tanto pueda crecer más.
En el caso colombiano tenemos que ganar primero soberanía nacional en todo el territorio nacional, lo que seguramente implicará un crecimiento del Estado muy grande, especialmente en el campo y en las pequeñas poblaciones. Pero a su vez, la efectividad de las instituciones en las zonas donde se supone que ya hay presencia deja mucho qué desear, lo que exigirá necesariamente una cualificación de este aparato estatal existente. Así, pues, por donde se mire la cuestión, el gasto público tendrá que crecer de manera bastante rápida.
Los que creían que con el libre mercado y su liberalismo económico los Estados tendían a enflaquecerse y a reducir sustancialmente de talla, deben bajarse de esa concepción, y aceptar que cada vez el Estado tendrá que crecer si queremos unas instituciones fuertes y mecanismos regulatorios en los mercados que aseguren su funcionamiento y le proporcionen niveles de confianza suficientes para los intervinientes. El mismo libre comercio requiere de estructuras fuertes.
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