Alvaro Segura


Estamos invadidos de drogas ilegales y de consumidores de las mismas. Antes, es decir, hasta hace 20 y 15 años, los que "metían vicio" no pasaban de ser algunos adultos ya maduros que no pudieron superar la simple prueba; universitarios recién graduados o apenas comenzando esa vida académica que se iniciaban en los largos viajes de placer exploratorio, y muchachos solitarios o de barras callejeras de todos los estratos sociales que se metían "sus pases", más por moda y desafíos de sus amigos, que por necesidad adictiva, aunque drogos bien adictos también los había.
La anterior no deja de ser una descripción muy generalizada de una realidad que tenía, sin duda, toda clase de ejemplos críticos y sorprendentes, pero que por contarse en los dedos de las manos era entonces, todavía, algo poco común y por lo tanto sorprendente a los ojos de una sociedad cerrada, acostumbrada a tapar para evitar ser blanco de las críticas ciudadanas, más si ese drama tocaba a algunos de sus integrantes.
Pues tristemente hay que decir, y reconocer, que hoy las drogas están en la puerta de la casa. Eso para significar que el que quiera o necesite uno u otro alucinógeno lo encuentra en la esquina, en el parque infantil, a la salida de los colegios y escuelas, en el paradero, dentro de la discoteca o el bar, en la venta de minutos a celular y en uno que otro carrito de dulces, casi que como cualquier mercancía barata. Es más, ya se la llevan a domicilio al comprador, o mejor, al vicioso.
Y no se trata de especulaciones. Es la comunidad entera en todo Manizales la que refiere lo que nos está pasando. Cada actividad de Gobierno en la calle, el programa bandera del alcalde Jorge Eduardo Rojas, así lo deja ver. Lo que más les preocupa a los manizaleños consultados por los medios de comunicación en esas jornadas es el consumo de estupefacientes y la inseguridad, o al revés, pero son esos dos asuntos, estrechamente relacionados el uno con el otro.
La inseguridad genera consumo, y el consumo genera inseguridad. Por algo se matan en las comunas San José, Ciudadela del Norte, La Macarena, La Fuente, Universitaria, La Estación, Palogrande, Tesorito, Atardeceres, en fin, en todas, y también en los corregimientos, donde la presencia policial es más escasa y donde el que consume se puede esconder más fácil entre matorrales, cafetales o en paradisíacos espacios llenos de naturaleza que parece los inspira más en sus irreales viajes.
Hace cerca de ocho años escribí una columna en la que hice referencia a cómo pasar por algunos espacios de la ciudad, caso las canchas deportivas de Chipre (detrás del Monumento a los Colonizadores), la parte posterior del Colegio Inem, o el Ecoparque de Los Alcázares, representaba para el ciudadano del común una traba fija. Hoy eso es igual o peor, pero en todo Manizales. Con un antecedente más delicado, y es que ir a un parque infantil, de los pocos medianamente organizados que hay en esta capital, representa un riesgo porque casi fijo hay dos, tres, cuatro o más adolescentes y jóvenes con su porro o cacho de marihuana encendido ambientando el espacio natural, cuando no es que es el bazuco el que se están rotando.
Y qué tal la ignorancia de algunos consagrados deportistas de hoy que se encuentran en esos parques a hacer ejercicio, pero antes se meten su cacho de marihuana, con el argumento de que la cannabis no hace daño y que incluso la utilizan como estimulante porque es producto de una planta natural que usaron y han usado ancestralmente las comunidades indígenas y estas no han desaparecido.
Hago claridad en que esto se trata de lo que vemos, de lo que podemos oler y que a los que no somos viciosos nos molesta, pero ¿qué tal las drogas sintéticas como el éxtasis o el poppers, y otras más, que hoy utilizan en sus fiestas los jóvenes con el argumento de aguantar y tener más energía?
No sé si lo correcto para atacar este mal sea la lucha policial y la judicialización de quienes la venden y expenden; quizás sí y tenga que hacerse pues de lo contrario terminamos invadidos, ¿pero qué hacer entonces con el consumidor, con el adicto, con el enfermo? ¿Estaremos muy lejos de implementar en la ciudad los centros de consumo para comenzar a tratar médicamente a quienes no logran zafarse de tan tenebrosa bestia como es la drogadicción? No sé, y estoy seguro que esa será una discusión que hay que comenzar a dar. Mientras tanto, ¿qué hacemos para evitar que gran parte de Manizales se nos convierta en algo similar a lo visto en el Bronx de Bogotá? Muchos espacios, como las gradas de la cancha de fútbol de la Universidad de Caldas y pequeños espacios de la galería, ya lo son. Y allí ni siquiera cabe la autoridad.
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