José Jaramillo


Don Filiberto Bustos es un viejo, mayor de 75 años, que ejerció el magisterio hasta pensionarse, jugó fútbol en su juventud y después hizo parte de un equipo de "rodillones", del que se retiró "por sustracción de materia", como dice socarronamente. Sin embargo, no ha dejado de caminar para mantenerse en forma, hasta donde es posible a esa edad, porque -como él mismo dice- "los años no perdonan". Cuida su figura, no obstante que la barriga le creció tanto que pasó en los vestidos de talla 38 a 41, lo que acepta filosóficamente diciendo que con eso ganan los ancianatos, a los que les dona la ropa que no le sirve y está en buen estado. A pesar de los altísimos costos de la ortodoncia, que no cubren los sistemas de salud por considerarla suntuaria, mantiene sus dientes en buen estado, porque -dice- "en la boca comienza una buena digestión y ésta es la base de la salud". A pesar de ser conservador y muy religioso, por lo menos dos veces a la semana juega billar con sus amigos y se "corren los vidrios".
Como don Filiberto cree que su organismo está en muy buenas condiciones y él es un hombre generoso, a quien le parece que es un desperdicio que órganos que puedan servir a otros se los coman los gusanos o los vuelvan cenizas, resolvió ir al Hospital Departamental a ofrecerle a la sección de donación de órganos que dispusiera de todo lo que de él pudiera servir al momento de su muerte. Los funcionarios encargados, con no poco escepticismo, aceptaron hacerle un chequeo general -exhaustivo, como las investigaciones oficiales-, para ver qué podía utilizarse eventualmente. Y le dijeron que volviera ocho días después para saber los resultados.
"Ahí sí se me fue la moral a los jarretes", les dijo a sus amigos en el café, echándoles el cuento, mientras ordenaba a la mesera otra media, porque "ya pa’ qué carajo". "Oigan lo que me dijo la bruja que me entregó los resultados: con el pelo suyo no se hace ni un hisopo, de esos con los que nos emparejamos el maquillaje en los cachetes las mujeres. Las orejas son tipo parabólica, absolutamente pasadas de moda, porque las comunicaciones ahora son todas satelitales. Las cuerdas vocales, por viejas, están más destempladas que las del ‘tiplecito de mi vida’. El corazón bombea con la misma ‘tecnología’ de los arietes con los que se sacaba agua de las quebradas, para las casas de las fincas, hace mil años. Con el aire que retienen sus pulmones -continuó el espantapájaros ese- no se apaga una vela en el Páramo de Letras. El estómago difícilmente digiere coladas y caldos livianitos. El hígado está seco, como una bota para llevar manzanilla a las corridas. La sangre tiene menos hemoglobina y hematocritos que una aguapanela negra. La vejiga es de las trasnochadoras, que tienen que ir al baño varias veces en la noche. Y de ahí para abajo no hay sino tristezas y nostalgias. Paradójicamente, hay cosas que mientras más crecen sirven para menos. De modo que muchas gracias por su interés -concluyó la vieja- y pase por la caja, a cancelar el valor de los exámenes".
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