Álvaro Marín


El ágora, como legendario concepto de la cultura griega, simboliza por antonomasia el espacio del pensamiento, el foro de la inteligencia, la asamblea abierta para el fortalecimiento de la civilidad y la construcción de ciudad estado. En la orilla opuesta, el giro ‘mercado persa’ ha sido sinónimo universal de barahúnda desbordada, de compraventa de baratijas, de presencia de malabaristas, saltimbanquis, mendigos y encantadores de serpientes, entre otras yerbas.
Por lo tanto, no se requiere demasiada imaginación para adivinar que el título de esta parrafada se refiere al declive de nuestra entrañable ciudad, tanto en sentido literal como figurado. Equivale al tránsito de su prestigio de urbe culta y amable, al de sombrío batiburrillo y epicentro de estridencia y desorden. Esta línea elemental conecta el pasado glorioso con un presente lánguido y desangelado, dramatiza el contraste del esplendor del ayer con la medianía gris de la dirigencia actual, la antigua dimensión de las iniciativas empresariales con la insignificancia de los baratillos que se disputan a zarpazos el espacio público y el paisaje urbano con la omnipresencia de los siniestros casinos.
Una serie de circunstancias palpables a simple vista confirman la sospecha sobre el reblandecimiento cívico de una ciudad, otrora digna y fecunda.
Como no se trata de ponerle sebo gratuitamente a nuestra melancólica postración parroquial, nada mejor que trabajar con evidencias -como dicen los conocedores del derecho probatorio- que sobre simples especulaciones. Veamos.
Registremos lo expresado por la voz autorizada de Luis Prieto Ocampo cuando afirma que "es una lástima, de Caldas y de su capital Manizales, poco queda de la grandeza que una vez tuvieron; el colombiano común que antes las admiraba y las distinguía, hoy ni siquiera las ubica con precisión. Manizales se confunde en el mapa nacional con el grupo de las poblaciones rezagadas o recién iniciadas".
Sigamos con César Montoya Ocampo, quien recientemente trazó bajo una nota titulada Para qué escribir, un voluminoso y apretado inventario de escritores regionales para reseñar el histórico e invaluable aporte de esta porción del país a la cultura y a la literatura colombianas, sin que hasta el presente alguien se haya preguntado por una imprenta departamental. Al cierre, Montoya se duele: "Es triste afirmar que el Estado abandonó intelectualmente a Caldas. De los hortelanos de las letras van quedando, apenas, agonizantes recuerdos".
Hasta aquí la caza de citas, porque es ineludible puntualizar una de las causas determinantes del descrédito, el desgreño y la desesperanza que han desdibujado nuestra pulcra identidad regional: la politiquería vieja y nueva en todos sus géneros y expresiones. La auténtica política con ideario y contenido social corrió la misma suerte que tuvo el tesón de un conglomerado creativo, honesto, esforzado e incluyente, que forjó una comunidad admirable, una sociedad imaginativa y solidaria.
Por el contrario, las agencias electorales perversas, insaciables y clientelistas se tomaron por asalto la buena fe de los pobladores y socavaron irreversiblemente las raíces ancestrales del decoro y la decencia. De allí la diáspora de profesionales, que salen en búsqueda de otros horizontes, donde queden fuera del alcance de la manipulación de los gamonales locales que esquilman sin fórmula de juicio una porción importante de sus salarios y sueños.
La reflexión final gira alrededor de otra evidencia cargada de nostalgia: los 80 años de Radio Manizales. Pensar que dentro de su atmósfera, mezcla perfecta de magia, talento y bohemia, se escribieron inmensas páginas de la radiodifusión colombiana. Aquí se estructuró el Circuito Todelar y se inventó el sistema Radio Reloj entre otros hallazgos para la posteridad. Simultáneamente, las emisoras locales fueron escuela, semillero y crisol de locutores, libretistas, periodistas y productores, que le dieron lustre internacional a la radio manizaleña.
Hoy, cuán distinto todo. En el ámbito más próximo, el actual mercado persa de la radio -con brillantes excepciones- también perdió de vista su respetable tradición para imponer en sus operaciones métodos poco ortodoxos, alianzas non sanctas, prácticas mercenarias para su explotación, donde tienen prioridad la compraventa de silencios y la altisonancia de charlatanes de la más variada estofa.
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