Luis F. Molina


El domingo pasado, el candidato opositor Alexéi Navalni ganó las elecciones que le certifican como nuevo alcalde de Moscú. Su fuerza, más allá de ocupar el segundo cargo de elección popular más importante de Rusia, significa un cambio y una resistencia ante las políticas adelantadas por el presidente Vladimir Putin, una voz intolerante al cambio y a la disconformidad política. Eso sí, no lo hace tan groseramente como Nicolás Maduro o el fanático Rafael Vicente Correa.
El enfoque real del respaldo que está recibiendo Navalni solamente tiene una interpretación: la mayoría de rusos que viven en centros urbanos está entrando en un ciclo de cansancio de las ya desgastadas políticas de Putin y su antecesor Dmitri Medvédev. Además el gobierno ha tomado una posición beligerante y muchas veces injusta sobre varios conflictos en el mundo, apartándose de la realidad y dándose a la prioridad de vender armas e implementos militares.
En realidad, los intereses de la administración Putin en Siria pueden tener dos corrientes: la mediática y la oculta. La primera por los papelones a los que se han dedicado Putin y su ahora primer ministro Medvédev para denegar cualquier tipo de apoyo al gobierno de Estados Unidos sobre su eventual ataque aéreo a instalaciones militares sirias. Hasta ahí cualquiera pensaría que es un acto altruista y preocupado, más por la cercanía que hay entre Damasco y Moscú desde hace un par de lustros.
De otro lado, Rusia es la nación que mayor cantidad de armamento suministra al ejército sirio. La semana pasada el mismo Putin anunció que en caso de un ataque militar de EE.UU., seguiría suministrando su ayuda militar y económica al gobierno -que muchos llaman régimen- de Bashar Al-Assad, previamente sindicado de haber usado armas químicas en contra de unos nacionales sirios.
Putin pretende encender una vela al bien y otra al mal para quedar bien, fijándose en una política oportunista, pero sustentada en la supuesta no injerencia en asuntos políticos de otras naciones. Por ello, Barack Obama fracasó en su búsqueda de apoyo político y económico en la cumbre del Grupo de los 20 que se celebró en San Petersburgo (Rusia) una semana atrás.
Y es que a Obama no lo ayudan los vientos políticos ni siquiera en su país. Solamente una comisión de Relaciones Exteriores del Senado logró aprobar en un voto de 10-7 una resolución que da luz verde para que el Congreso en pleno estudie las consecuencias y los costos de un ataque desde el mar Mediterráneo al territorio sirio.
Aprobar el uso de la fuerza militar no es algo que se haga en cuestión de un par de días como Obama lo hizo creer en su primer discurso. Luego de su intervención anoche en la Casa Blanca, Obama confirma la confusión de su gobierno en cuanto a política internacional se refiere, echando mano a cuantos recursos pragmáticos encuentra.
El 16 de octubre del 2002, el Congreso en pleno de EE.UU. autorizó la invasión a Irak luego de semanas de discusión. Sin embargo, había una actitud desesperada de Estados Unidos por buscar responsables por los atentados del 11 de septiembre de 2001 (hoy se conmemoran 12 años de la tragedia), lo que significó un pulso diferente en las políticas de entonces.
Las acciones militares solamente tomaron lugar hasta marzo del 2003. Supuestamente, las informaciones de inteligencia, las mismas que acusan al gobierno sirio de haber usado armas químicas, fueron las que condujeron a casi nueve años de invasión y posterior derrocamiento de Saddam Hussein.
Es imposible calcular si un evento militar generado por Estados Unidos y Francia en Siria podría llevarse a cabo en cuestión de días, más cuando el Senado de EE.UU. condicionó las acciones a un máximo de 60 días (prorrogables hasta 90) y prohibió fuerzas terrestres en el ataque. Todo eso mantendrá archivado en el más sigiloso secreto.
Bashar Al-Assad por su parte dijo a la cadena estadounidense CBS nunca haber usado armas químicas en contra de su propio pueblo, lo que pone en vilo la suerte de la incursión militar hasta que el estudio efectuado por las Naciones Unidas en territorio sirio arroje resultados concluyentes sobre esta demencial acción.
Algo sí queda más que confirmado: la ONU no contiene en su larga burocracia algún tipo de canal que permita negociar, replegar y rechazar gobiernos con intenciones tan autoritarias como el sirio y tampoco es una vía que signifique la reunión de políticas para reducir la violencia y la guerra. En términos reales, la ONU está exponiendo que tiene capacidad de acción limitada.
Sólo espero que no haya guerra y que paguen quienes tanto daño hacen a sus naciones a nombre de luchas constituidas de victorias pírricas.
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