Dentro de los muchos problemas que de algún tiempo atrás vienen aquejando los espectáculos en los cuales intervienen toros de Casta, he encontrado uno que francamente me aflige, dada la responsabilidad, o mejor sería decir la irresponsabilidad, que compete a los criadores de bravo o "ganaderos" como se les conoce en el argot taurino, sobre el tema que trataré.

Desde que tengo uso de razón en el país se han venido presentando las muy conocidas corralejas, espectáculo típico y tradicional de las ciudades y poblaciones del norte de la geografía colombiana, eventos en los cuales se corren, por decirlo de alguna manera, reses criollas, o con ramalazos de sangre cebuína e inclusive animales cebú puros por cruce.

Consiste la corraleja en soltar al ruedo de los escenarios construidos para tales efectos, principalmente en guadua y madera por tratarse de "cosos" transitorios, toros de las mencionadas sangres para que la gente del pueblo se enfrente a ellos, bien sea a pie o a caballo. Los toreadores de a pie son conocidos como manteros ya que las faenas, en los albores de la actividad, se hacían con trapos o "mantas" a manera de capotes o muletas; hoy día cada vez se ven más estos utensilios, de uso clásico en la corrida de toros, en las manos de estos valerosos actuantes. Los toreros de a caballo, conocidos como garrocheros, burlan y clavan arpones y banderillas sobre las carnes de sus oponentes emulando la actividad de los rejoneadores y a lomo de sus, generalmente escuálidos, jamelgos burlan las broncas embestidas de los criollos de turno.

Pues resulta que de un tiempo para acá, para extrañeza de aquellos que conocimos las prohibiciones que regían para los criadores de reses de lidia en las asociaciones que los aglutinaban, en el sentido que estaba proscrito vender cimiente de casta a personas que fuesen a destinar dichos productos, puros o cruzados, para espectáculos de corraleja, dada la alta peligrosidad que ello encarnaba para los actuantes, nos ha aterrado ver como se están presentando, en esos improvisados ruedos, ganados o bien cruzados con reses de casta, o inclusive toros puros de raza brava.

Para quienes no lo saben, los especímenes de casta solo pueden ser toreados una vez en su vida, si no se quiere atentar gravemente contra la integridad física de quienes los enfrentan, dado que por efectos de su muy aguzado instinto son capaces de determinar muy pronto, inclusive durante la primera lidia, el hecho que están siendo timados dejando entonces de acudir a los engaños y dirigiendo sus embestidas directamente al cuerpo de quien los está enfrentando, con las obvias y nefastas consecuencias de la casi segura cornada. El hecho que en las corralejas se estén toreando toros cruzados o puros de casta desdice de la ética de muchos criadores de bravo, que contra los principios más elementales del respeto a la profesión de ganadero bravo han vendido a criadores de reses dedicadas a ser toreadas en corralejas simiente de casta. El toro cebú o criollo no deja de presentar cierta dosis de peligro para aquellos parroquianos que, generalmente envalentonados por el licor se lanzan al ruedo, pero de cualquier manera el riesgo de enfrentarlos es infinitamente menor al que conlleva el hacerlo con un animal de casta o aún de media casta, dados los agudos instintos y capacidad de detectar el engaño que estos segundos poseen. Y si torear un criollo más de una vez conlleva riesgos, al hacerlo con un animal de casta ese peligro se acrecienta en proporción geométrica.

He sido defensor de la fiesta brava como tradición cultural de los pueblos con raíces ibéricas, de las corralejas en sus manifestaciones autóctonas y auténticas, de las peleas de gallos, del coleo llanero y en general de cualquier actividad que represente los usos, costumbres y tradiciones de un grupo social. Lo que no acepto es la distorsión de esas expresiones, máxime cuando al perder su esencia se tornan, innecesariamente, más peligrosas de lo que naturalmente son.

Recibe un abrazo de tu amigo.

El Fraile