Luis F. Gómez


Hace ocho días el papa Francisco canonizó a la hermana Laura, fundadora de las comúnmente llamadas hermanas Lauritas, que son un verdadero regalo de Dios para la evangelización de pueblos indígenas. Pues bien, la historia de la hermana Laura Montoya es sin lugar a dudas muestra que el llamamiento a la santidad es para todos.
La canonización de la hermana Laura es un hecho muy importante para el país, es la primera santa colombiana. Y ello no quiere decir que haya otras muchas mujeres que no merezcan llegar a los altares, sino que estos procesos eclesiales deben servir para mostrar algunas de ellas y que sirvan de referencia institucional y para los feligreses. Y muy diciente que sea una mujer, pues realmente el sostén de la religión católica ha estado fundamentalmente bajo los hombros de las mujeres. Son ellas, quienes han sido claves en el proceso de evangelización y en la construcción eclesial.
En segundo lugar, la hermana Laura supo hacer salir a la Iglesia de su estado de comodidad, para ir al encuentro de los indígenas y excluidos. No le dio miedo, al inicio del siglo pasado de internarse en las selvas para servirles a los más pobres. Es lo que el papa Francisco ha llamado una Iglesia que deja de mirarse a sí misma y sale al encuentro de los demás. Es una iglesia que sale de sus seguridades y pone en riesgo su estabilidad. Por ello es que el Papa diga que prefiere una Iglesia accidentada que acomodada. La hermana Laura supo asumir riesgos, romper paradigmas y anteponer la generosidad a la seguridad.
En tercer lugar, la hermana Laura nos coloca cerca de Cristo al ponernos del lado de los pobres, necesitados y excluidos. Y esto es lo que se llama teológicamente la encarnación en la historia de Jesús. Él no solamente estuvo presente en su vida terrena con motivo de su existencia humanada, sino también de forma continua y permanente en la historia en aquellos que sufren. Y así lo puso de relieve el santo Padre en la homilía: "Nos enseña a ver el rostro de Jesús reflejado en el otro, a vencer la indiferencia y el individualismo, que corroe las comunidades cristianas y corroe nuestro propio corazón, y nos enseña a acoger a todos sin prejuicios, sin discriminación, sin reticencia, con auténtico amor, dándoles lo mejor de nosotros mismos y, sobre todo, compartiendo con ellos lo más valioso que tenemos, que no son nuestras obras o nuestras organizaciones, no. Lo más valioso que tenemos es Cristo y su Evangelio".
Finalmente, en la autobiografía de la hermana Laura continuamente ella expresa sus limitaciones, pues bien, ella que las vivió y sintió profundamente, también supo responder con su vida a la santidad. Y este testimonio de Laura puede ayudarnos a comprender que aún desde nuestras limitaciones, oscuridades, heridas y pecados, desde allí, también Dios nos llama a santificarnos.
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