María Leonor Velásquez Arango


En Colombia 17 millones de habitantes viven en situación de pobreza. Al cierre de 2010, según cifras de Planeación Nacional y del DANE, el índice de pobreza en Caldas era de 40% frente a un 37,2% del país. Si bien estas cifras muestran alguna mejoría con respecto a años anteriores, no podemos pensar que el tema está solucionado. Personalmente creo que cada uno de nosotros debería no solo pedirles cuentas a los mandatarios del momento, sino empezar a ser parte activa de la solución.
Según la Real Academia de la Lengua, la pobreza se define como falta; escasez; falta de magnanimidad, gallardía y nobleza de ánimo; mientras que la riqueza se plantea como abundancia de bienes y cosas preciosas, de cualidades o atributos excelentes; abundancia relativa de cualquier cosa.
A la luz de estas distinciones parecería que algunos de los que llamamos ricos son los más pobres y aquellos que hemos catalogado como pobres poseen la mayor riqueza. Me refiero a que a veces encontramos personas que, sin tener bienes materiales suficientes viven en la abundancia y están listos para invitar, regalar, ayudar y acoger a otros; y en cambio, vemos personas que, teniendo exceso de bienes materiales, están lamentándose por la mala situación económica, por lo que dejaron de ganar o por lo que perdieron, ahorrando hasta el último centavo y esperando que la situación mejore.
Este fin de semana tuve la oportunidad de participar de un taller sobre ‘El Alma del dinero’, dirigido por Lynne Twist, activista global, autora del libro ‘The soul of money’ -El alma del dinero-. Uno de los temas centrales de este taller es que nos hemos creído una serie de mentiras y terminamos haciendo reverencias ante el dinero, el cual pasa de ser una herramienta creada para facilitar el intercambio de bienes y satisfacer las necesidades de una comunidad a convertirse en el amo y señor del universo. Se nos olvidó que somos nosotros quienes le damos el significado y valor; diríamos que el dinero se ha convertido, culturalmente, en el alma de nuestra sociedad. Por cuenta del dinero dejamos de ser ciudadanos, esto es personas que actúan consciente y responsablemente dentro de una sociedad para convertirnos en consumidores, personas que compran y consumen.
La gran mentira, siguiendo en la línea de la sra. Twist, es que nos hemos creído que nada es suficiente: el tiempo, el dinero, el amor, el trabajo, las horas del día; desde que suena el despertador sentimos que no dormimos lo suficiente, al mirar el reloj pensamos que no tenemos tiempo suficiente para desayunar y arreglarnos, cuando termina el día creemos que no hicimos lo suficiente; de tanto pensar y decir ‘no tengo suficiente de esto y no tengo suficiente de aquello’, terminamos sintiéndonos insuficientes nosotros mismos. Vivimos en la escasez y desde ahí siempre necesitamos más, queremos más, pedimos más, cuando pedimos estamos diciendo que algo nos falta y de nuevo queremos más.
Revisemos tres mitos tóxicos de nuestra sociedad:
1) No hay suficiente: ¿Se acuerda del juego de baile en el que en cada ronda se va quitando una silla y el que se queda de pie debe pagar una penitencia? Mientras no somos nosotros los que quedamos fuera nos sentimos aliviados, pero a medida que el número de sillas es menor nos vamos sintiendo más nerviosos y al final gana el que se quedó con la última, tal vez el más fuerte y el más agresivo.
¿Cuántos de nosotros creemos que no hay suficientes sillas para todos? ¿Cuántos de nosotros estamos pensando que no hay recursos suficientes en este planeta y que es mejor tener más para no quedar excluidos?
2) Más es mejor: Nos dejamos convencer que uno no es suficiente, que es mejor tener dos y si es posible tres, que tal vez mañana no lo encontrarás, que es mejor tener algunos extra por si se acaban; compramos para satisfacer el temor a no tener, para guardar y atesorar. Tal vez le suene conocido, este es el eslogan de la sociedad de consumo ‘más es mejor’ y puede que en algún momento uno de nosotros haya caído ahí.
3) Las cosas son así: El peor de los mitos, según Lynne Twist, es cuando creemos que no podemos hacer nada porque el mundo es así, porque tiene que haber pobres y ricos, porque lo que yo haga no hará la diferencia. Cuando estamos ahí quiere decir que nos hemos rendido y ya no estamos dispuestos a hacer nada para que las cosas cambien. ¿Qué pasaría si cada uno de los 7.000 millones de habitantes de este planeta comenzara a cambiar su forma de ver la realidad y se comportara de manera diferente?
Esta es la cultura en la que nos movemos, nosotros no la creamos pero estamos viviéndola; lo importante sería entender que no tenemos que quedarnos ahí y que sí está en nuestras manos empezar a cambiarla; para ello es importante reconocer que si hay suficiente para todos.
Necesitamos crear un nuevo paradigma, dice la Sra. Lynne, en el que TU y YO podamos vivir en un mundo donde hay suficiente para los dos y no sea necesario escoger. La suficiencia no está en la cantidad, es una forma de ver la vida; no se trata de mirar lo que nos falta sino de apreciar lo que ya tenemos, y cuando valoramos lo que tenemos damos la posibilidad de aumentarlo. ‘La única ruta para la abundancia es la profunda experiencia de suficiencia’.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015